No se puede separar a Nuestro Señor Jesucristo de Dios. No
se puede separar la religión cristiana de Jesucristo, que es Dios, y se ha de
comprobar y creer que solo la religión
católica es la religión cristiana. Estas
afirmaciones tienen como consecuencia conclusiones ineludibles y que ninguna
autoridad eclesiástica puede contestar: fuera de Jesucristo y de la religión
católica, fuera de la Iglesia, no hay salvación ni vida eterna; todo el que se
salva llega a la vida eterna por su adhesión al Cuerpo místico de Nuestro Señor.
Otra
consecuencia: todas las sociedades que Nuestro Señor ha creado deben necesariamente
colaborar, según su finalidad, a que las almas se hagan católicas y luego lo
sigan siendo, para conseguirles la
salvación eterna, fin de toda la Creación, de la Encarnación y de la
Redención.
Estas
conclusiones son inmortales e inmutables. Son la expresión de toda la
Revelación, y han sido los principios directivos de toda la Iglesia hasta el Concilio
Vaticano II.
[La instauración de esta “Iglesia conciliar”,
imbuida de los principios de la Revolución Francesa – principios masónicos
sobre la religión y las religiones y sobre la sociedad civil – es una impostura
inspirada por el infierno para la destrucción de la Iglesia católica, de su magisterio,
de su sacerdocio y del sacrificio de Nuestro
Señor.
Lógicamente, esta nueva Iglesia no
podía seguir cantando las alabanzas de Jesucristo, Rey universal de las
naciones, ni puede tener ya los pensamientos de Nuestro Señor sobre el mundo;
por eso se ha cambiado todo el espíritu de la liturgia, modificando muchísimos
detalles tanto en los textos como en los gestos.
Desde entonces la nueva Iglesia nos impide
la contemplación del Verbo Encarnado tal como se canta en todas las fiestas
litúrgicas. Si queremos entregarnos a la contemplación de los misterios
divinos, del misterio del Verbo Encarnado y del misterio de la Santísima
Trinidad, debemos a toda costa permanecer fieles al espíritu de la Iglesia
católica].
Texto extraído
del libro de Mons. Marcel Lefebvre: “Itinerario
espiritual / El misterio de Nuestro Señor Jesucristo”, Cap. 2, “Las
perfecciones de Dios” págs. 29-30, Obras completas, Tomo 4. Ed. VOZ EN EL
DESIERTO, 2005