Santo Tomás evoca los grandes privilegios de la Virgen María
cuando trata la misión del Verbo a este mundo por su Encarnación (IIIa, cuest.
31-35).
Es tal el lugar de María en la realización de la obra de la
salvación de la humanidad por el Verbo encarnado que merece ser evocada de
manera muy particular.
Si María, por su “fiat”,
se convirtió milagrosamente en Madre de Dios, en Madre del Salvador, por el
mismo hecho se convirtió igualmente en Madre de su Cuerpo místico, es decir, de
todos los que habían de vivir de la vida de Jesús en esta tierra y en la
eternidad. También se convirtió en Reina de los ángeles, y en Adversaria definitiva de los
demonios.
Nosotros nos hemos hecho hijos suyos por el bautismo y nos
alimentamos de su carne y de su sangre por la Eucaristía. Ella es realmente
nuestra Madre espiritual.
Esta maternidad divina le ha valido privilegios únicos y ante
todo su Inmaculada Concepción con la plenitud de gracia desde el instante de su
concepción. Ella es la única creatura humana exenta de las consecuencias del
pecado original.
Otro privilegio inaudito: es Madre de Jesús y permanece virgen
antes, durante y después de su parto. Nada es imposible para Dios, como le dijo
el ángel Gabriel. El Niño Jesús salió del seno de la Virgen “ianuis clausis”, sin destruir su
virginidad; no sufrió los dolores de la maternidad. ¡Cuántos errores hay en los
catecismos modernos sobre este punto!
Ella quedó exenta, por lo tanto, de toda debilidad y de toda
enfermedad, que son consecuencia del pecado original.
Finalmente, puesto que su cuerpo no podía sufrir corrupción,
fue resucitado y llevado al Cielo: es el privilegio de su Asunción. Desde
entonces Ella es la Reina del Cielo y de la Tierra.
Es también, gracias a su Maternidad divina, la Mediadora de
todas las gracias que se nos conceden; su Maternidad espiritual es universal.
Si Jesús es la cabeza del Cuerpo místico, María es su cuello, como dicen los
Padres de la Iglesia.
Siendo María la Madre del Sacerdote eterno, ejerce una
maternidad particular sobre los que participan del Sacerdocio de Jesús. ¡Dígnese
la Virgen María formar en nosotros sacerdotes a imagen de su divino Hijo! Que
la devoción a María tenga un lugar de honor en todas las casas de la Fraternidad
y en los corazones de todos sus miembros. María nos mantendrá en la fe católica.
Ella no es liberal, ni modernista, ni ecumenista. Es alérgica a todos los
errores y, con mayor razón, a las herejías y a la apostasía.
Monseñor Marcel Lefebvre,
“Itinerario espiritual”, Capítulo 9.
Obras completas Tomo 4. Voz en el Desierto,
México, 2005.