domingo, 29 de junio de 2014

EL «HUMANISMO CRISTIANO» QUE NOS ENSEÑAN

Publicamos aquí este comentario del filósofo español Rafael Gambra. 
Es una nota publicada en la Revista ROMA nº 75, Buenos Aires, Septiembre de 1982. 
Nos permite comprobar cómo toda esta destrucción de lo que queda aún del orden y la educación católicos, viene siendo destruido en todos los frentes y con todos los medios, contando con la colaboración de "hombres de la Iglesia" (o infiltrados en ella) especialmente en la educación y en la cultura, aunque muchos aún se resistan a aceptarlo.


Rafael Gambra


Incidentalmente me enteré días atrás de que mi auditorio escolar no sabía distinguir entre la presencia real de Cristo en la Eucaristía y la omnipresencia divina, que no le sonaba a nada eso de la gracia santificante ni conocía las cinco cosas necesarias para confesarse bien. Se trataba de muchachos de dieciséis a dieciocho años, y pude comprobar que si no lo sabían era porque nunca se les había enseñado.

Intrigado, les pregunté qué aprendían en la clase de Religión (se trataba de alumnos del último curso de Bachillerato). Me respondieron que les estaban explicando “el humanismo cristiano”. Ahora la cara de incomprensión fue la mía. (¿Perteneceremos a la misma religión?). No pude por menos de declararles que no sabía de qué se trataba, pero que, ateniéndome a su nombre, me sonaba a una contradictio in terminis, es decir, a algo así como un círculo cuadrado.

Quise indagar algo más sobre este extraño “humanismo” que sustituía al catecismo, por si no había entendido bien. Averigüé que, por supuesto, no se trataba como en el humanismo del Renacimiento de un mayor cultivo de las humanidades clásicas, ni de la gramática ni de la retórica. Tampoco sonaba a sus jóvenes oídos el nombre de Maritain, padre del “humanismo integral” y de la “nueva cristiandad laica”, aunque quizá su espíritu fuera ajeno a las enseñanzas que recibían.

Parece que éstas se reducían a una teoría de la convivencia y del diálogo que estableciera en ellos las bases psicológicas de una democracia universal. Mezclada con un radical pacifismo Igualitario, supuesto fruto de una “justicia social” de la que Jesús fue pionero, predicador en su tiempo de liberación de los pobres y de los oprimidos.

Comprendí que tal enseñanza estaba conforme con el tratamiento que a la Religión se otorga en los programas oficiales de Filosofía en el bachillerato. En ellos se habla sólo del “problema religioso”, junto al “problema de la realidad” y la “dimensión moral” y la “dimensión social” del hombre. El hombre es el único verdadero objeto de estudio, la sola realidad. Lo demás son sus dimensiones o los problemas que ha de afrontar racionalmente. Dios y la realidad exterior entre ellos. Se trata de un planteamiento antropológico y, en su vertiente religiosa, de una divinización del hombre. (¿Quizá de la profetizada idolatría de los últimos tiempos en la que el hombre se adorará a sí mismo?).

Los resultados de esa cosmovisión antropocéntrica eran evidentes en mis jóvenes alumnos. Los conceptos “religiosos” que afloraban a sus labios, eran: libertad, solidaridad, paz, compromiso temporal, amor, desarrollo, promoción. Todos, rigurosamente temporales, intramundanos.

Incluso comprendí que las palabras Encarnación, Redención y Eucaristía habían adquirido para ellos sentidos totalmente distintos a los que yo conocía.


Traté, sin embargo, de hacerles ver que toda religión —y particularmente el cristianismo por ser la verdadera— será siempre un divinismo, y que sólo accesoriamente podrá tener derivaciones humanistas. De un humanismo antitético al relativismo humano y al subjetivismo de hoy. Que el primer mandamiento de la Ley de Dios es amar a Dios sobre todas las cosas (incluidos el hombre y el mundo), lo que significa querer antes perderlas todas que ofenderle. Que la Cruz significa la renuncia a sí mismo por amor a Cristo, y que el propio Cristo dijo: “no he venido al mundo a traer la paz sino la guerra”, y también: “quien quiera ganar su alma la perderá”.

Quizá despertara en alguno la resonancia vaga de una religión desmantelada, la de sus padres o abuelos. Los más pensarían que se trata de versiones anticuadas de quienes “no han podido asimilar el cambio”. Ellos —mis alumnos— nacieron ya en la “apertura al mundo” y en la religión ecumenista, convivente, opcional. No dirán ya “soy cristiano por la gracia de Dios”, como rezaba la primera respuesta del catecismo clásico, sino que se definirán, a lo más, como “partidarios de un humanismo de inspiración cristiana”. Y no por lo que nosotros llamábamos “respetos humanos”, que es un pecado, ni menos con ánimo de negar a Cristo. No será a ellos sino a sus maestros de Religión a quienes cantará tres veces el gallo. A quienes los han educado en el doble absurdo verbal del “humanismo cristiano” y de la "democracia cristiana”.


Rafael Gambra