Comentarios Eleison
Por su Excelencia Richard Williamson
Número CDIX (409)
16 de mayo de 2015
Monseñor Richard Williamson |
Quienquiera “Dios” sea, la culpa
es de Él hoy en día.
Sin embargo, ¿quiénes sino los
hombres inflaman la Ira Divina?
Inmersos como todos estamos en el
mundo alrededor nuestro, resulta difícil, especialmente para la
gente joven, darse cuenta en qué situación tan anormal el mundo se
ha puesto. Nunca en toda la historia de la humanidad ha sido Dios tan
desacreditado, descreído y, en efecto, eliminado de la vida de los
hombres. Y, dado que todo pecado es primordialmente una ofensa contra
Dios, entonces así como los hombres pierden todo sentido de Dios,
así ellos pierden todo sentido del pecado. Por consiguiente, los
hombres están siempre en lo correcto, y “Dios”, quienquiera que
Él pueda ser, está siempre en lo incorrecto, de manera tal que
cuando las cosas van mal “Él” puede ser siempre traído de
vuelta por el tiempo que sea suficiente para echarle la culpa.
Esta actitud ampliamente difundida
hace prácticamente imposible comprender la aparente severidad de
Dios en el Antiguo Testamento donde, por ejemplo, comanda a los
Israelitas a exterminar pueblos enteros, tal como en el libro de
Josué. Pero los eruditos de la Escritura católica que no han
perdido su sentido del verdadero e inmutable Dios, ponen las cosas de
vuelta en perspectiva. He aquí, por ejemplo, un resumen del
comentario realizado por un Benedictino moderno, Dom Juan de Monléon
(1890–1981), acerca de la matanza de los Cananeos por parte de los
Israelitas, bajo su líder, Josué:—
En cuanto a Josué mismo concierne, él
no estaba actuando por odio, racismo, codicia, ambición, o lo que
fuere, sino bajo estrictas, precisas y repetidas órdenes de Dios
mismo. San Juan Crisóstomo dice que Josué pudo haber personalmente
preferido alguna solución menos asesina, pero que ciertamente Dios
tenía sus propias razones. Estas no las podemos saber por seguro
pero podemos hacer conjeturas razonables. Para empezar, todos
nosotros seres humanos, a causa de nuestro pecado original (“¿Qué
es eso?” grita el hombre moderno), tenemos que pagar la deuda de la
muerte, cuyo momento, manera y lugar son decididos por el Dueño de
la Vida y de la Muerte, que es Dios. Para pecadores como los
Cananeos, morir más vale antes que después podía ser una
misericordia, especialmente si la manera de la muerte les dio a ellos
tiempo para arrepentirse y salvar sus almas para la eternidad.
Luego, los Cananeos eran ciertamente
pecadores, inmersos en la perpetración de crímenes terribles y,
tanto como la humanidad antes del Diluvio, o como los Sodomitas y
Gomorranos, ellos habían hecho que la copa de la ira de Dios
desbordara: prostitución de todos los tipos, bestialidad, incesto,
brujería y, en particular, el asesinato ritual de niños, como lo
prueba múltiples excavaciones arqueológicas en Palestina por las
cuales diminutos esqueletos han sido descubiertos en contextos que
claramente los identifican como víctimas sacrificatorias, etc. Es
más, si a los Cananeos se les hubiera permitido sobrevivir, ellos
hubieran present ado un grave peligro de corrupción para los
Israelitas, como la historia subsiguiente únicamente bien claramente
lo demostró.
En tiempos más recientes, hace
algunos 400 años (¡pero todavía antes del advenimiento del
liberalismo!), los primeros misioneros en Canadá se encontraron
obligados a concluir que la única manera de tratar con una cierta
tribu india era exterminándola. Una Santa canonizada dijo, “Luego
de repetida experiencia de su traición, sea por la paz o sea por la
Fe no hay ninguna otra esperanza que albergar para ellos”. (Fin de
Dom Monléon)
Esto todavía choca a las
susceptibilidades modernas, pero ¿no es simplemente pena capital
tribal en oposición a la individual? El principio de la pena capital
es que por tales crímenes anti-sociales tales como, por ejemplo,
asesinato, traición, falsificación, homosexualidad, etc., los
hombres son capaces de comportarse de tal manera como para hacerse
ellos mismos ineptos para vivir ya más en sociedad y, entonces, la
legítima autoridad de la sociedad tiene el derecho de quitarles sus
vidas (uno puede objetar que no todos los individuos en una tribu
serán igualmente culpables, pero está de más decir que Dios
Todopoderoso puede hacer, y hará, todas las distinciones
necesarias).
Todo el problema se resume en el
descreimiento de la grandeza y de la bondad de Dios, pero digamos
aquí simplemente que el Antiguo Testamento no es tan cruel ni tan
pasado de moda como a menudo se lo hace parecer.
Kyrie eleison.