Jueves,
21 de mayo de 2015
Queridos
hermanos:
La Liturgia celebra hoy la festividad del Inmaculado Corazón de María, fiesta relativamente reciente que nos muestra una vez más cómo la Iglesia en estos últimos tiempos ha hecho todo lo posible para comunicar su riqueza y su espíritu a los hombres de hoy. Si hay una fiesta en la que aparecen esas verdades tan necesarias para nosotros, esas verdades que, al meditarlas, nuestras almas se sienten movidas a vivirlas, esa fiesta es la del Inmaculado Corazón de María. Esta fiesta está en íntima unión con las Apariciones de Nuestra Señora de Fátima, y el Papa Pío XII quiso que la Octava de la Asunción fuese la festividad del Inmaculado Corazón. Sin duda alguna que mucho antes, sobre todo desde el siglo XVII, ya existía la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María, y es San Juan Eudes quien pone bajo la custodia de los Sagrados Corazones a la Congregación por él fundada. Pero si el Sumo Pontífice Pío XII ha querido honrar de una forma tan especial al Inmaculado Corazón de Nuestra Señora es porque nuestro mundo tiene necesidad de ello. Y de hecho cuán necesaria es la devoción al Corazón Inmaculado en estos tiempos tan difíciles que corren, pues ahora ya no tenemos, como los cristianos de antaño, esa manifestación evidente de la caridad de Nuestro Señor Jesucristo que rebosaba en los pasados siglos de Cristiandad. En esos tiempos se encontraban por todas partes centros religiosos, monasterios, conventos, hospitales, ¡qué sé yo lo que había!, y todo esto llenaba nuestros pueblos, aldeas, ciudades, de tal manera que las gentes que vivían entonces tenían la impresión de estar sumergidas en el amor de Nuestro Señor Jesucristo, ya que este amor se manifestaba, si se puede hablar así, en cualquier rincón o plaza mediante los "cruceiros", las representaciones de Nuestra Señora o todas esas hospederías en las que se acogía a los pobres, a los peregrinos y en general a todos los necesitados. Mas ahora en este difícil y adverso siglo veinte, ya no se ve esta caridad de Nuestro Señor Jesucristo en nuestros pueblos y ciudades. No hay que negar que hay todavía almas que se consagran a Nuestro Señor, pero ¿cuántas en relación con toda la población? Mucho habría que trabajar en esas Naciones que no conocen todavía a Nuestro Señor Jesucristo, territorios inmensos como China o África que están todavía muy lejos de este amor de Nuestro Señor. Por todo esto tenemos necesidad de la Santísima Virgen en nuestros días. Tenemos necesidad del Corazón de la Santísima Virgen para ayudarnos a mantener nuestra Fe, para sentir el fuego, por hablar así, del amor de Nuestro Señor Jesucristo hacia nosotros. No estando tan presente en nuestra vida, o al menos habiéndose borrado mucho su presencia, necesitamos sentir cerca de nosotros a la Virgen María. Y a mí me parece que ésta fue la razón por la que la Virgen María pidió en Fátima que rezásemos a su Inmaculado Corazón. Tenemos necesidad de este amor sobrenatural del que está tan lleno el Corazón de la Santísima Virgen.
Y
en cuanto a nosotros, también tenemos necesidad del Corazón
Inmaculado: Inmaculado, es decir sin mancha y sin pecado. Ahora
bien, Dios sabe en qué medida no hay ya esas vidas consagradas
totalmente a Nuestro Señor Jesucristo, cumpliendo la Ley de Nuestro
Señor Jesucristo, la Ley de amor, pues la Ley de Dios se resume en
amar a Dios y al prójimo.
Los
testigos de hoy, testigos de este amor, son ustedes, en medio de una
sociedad que mata a los niños y la gente se suicida. ¿Saben
ustedes que aquí, en Suiza, hay más muertes por suicidios que por
accidentes de carretera? No hace mucho un periódico daba la
noticia: En 1975 hubo 1800 suicidios mientras que las muertes por
carretera fueron 1600; ¡1800 suicidios y la mayoría jóvenes! ¿Qué
significa todo esto? Simplemente que estas pobres almas no sentían
ya el amor de Nuestro Señor junto a ellas, estaban asqueadas de
esta vida que las rodeaba. Y si se publicase lo que ocurre en otros
países, nos aterrorizaríamos. Piensen solamente en los divorcios,
esos hijos abandonados que no saben a quién dirigirse, a su madre o
a su padre. Es una sociedad dura, lastimosa, que no sabe ya lo que
es caridad. Por otra parte es lo que yo ya había experimentado
cuando me encontraba en África, en donde estuve destinado durante
treinta años. Lo que más me impresionaba era el sentimiento de
odio. Estas gentes mantenían el odio de pueblo en pueblo, de
familia en familia. Y este odio daba lugar a envenenamientos,
homicidios. No reinaba el amor de Nuestro Señor Jesucristo. No
nos damos cuenta de la dicha que supone amar a Nuestro Señor
Jesucristo y tener a la Santísima Virgen María por Madre. Todo
nuestro amor sobrenatural se fundamenta aquí y Ellos son nuestros
modelos. Si la Santísima Virgen tenía un corazón lleno
de amor era para amar a Nuestro Señor Jesucristo y a todos los que
se sentían unidos a El, para llevar las almas a su Hijo Jesús.
Vivía de este amor. Y porque lo amaba no pudo nunca ofenderlo, no
podía. Su Concepción fue Inmaculada. Fue concebida Inmaculada y
así permaneció toda su vida. La Virgen es nuestro modelo, modelo
de pureza de corazón, modelo de obediencia a la Ley de Nuestro
Señor. Porque amó a Nuestro Señor quiso sufrir con El, compartir
su sufrimiento. El signo del amor es compartir el dolor. La Virgen
vio sufrir a su Hijo y quiso sufrir con El. Cuando el Corazón de
Jesús fue traspasado por la lanza, el suyo también lo fue. Estos
dos Corazones traspasados han latido juntamente por la Gloria de
Dios Padre y el triunfo de su Divina Majestad. Aquí se centran sus
más vivos deseos y por eso también nosotros debemos estar
preparados a sufrir por el Reino de Nuestro Señor. Nuestro Señor
Jesucristo no reina en la sociedad, no reina en las familias, no
reina en nosotros mismos. Pero tenemos necesidad de este Reinado. Es
la razón profunda de la existencia de nuestras almas, de nuestros
cuerpos, de la Humanidad entera, de esta tierra y de toda la
Creación de Dios: que reine Jesucristo, que comunique su Vida a las
almas, su salvación, su caridad, su gloria. Mas desde hace quince
años ha tenido lugar una verdadera revolución en la Santa Iglesia,
una revolución que amenaza la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo,
que quiere destruir el Reinado de Nuestro Señor. No hay duda
alguna, basta con abrir los ojos para verlo. Se desobedecen los
Mandamientos de Nuestro Señor y desgraciadamente los que deberían
inculcarnos esta obediencia nos incitan a lo contrario. Cuando se
proclama la aconfesionalidad del Estado se destruye el Reino de
Nuestro Señor. Cuando se socavan la santidad y normas establecidas
del matrimonio se destruye el amor de Nuestro Señor Jesucristo en
los hogares. Cuando se calla o no se habla como es debido contra el
aborto, Nuestro Señor Jesucristo no puede reinar. Cuando no se
tributa culto a la Realeza de Nuestro Señor, se derrumba también
el Reino de Nuestro Señor en las almas.
- Por eso, queridos hermanos, el Santo Sacrificio de la Misa es la proclamación del Reino de Nuestro Señor Jesucristo. "Regnavit a ligno Deus". Dios reina en el Madero de la Cruz. Venció a Satanás y al pecado en la Santa Cruz. Cuando se renueva sobre el altar el Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo en el Calvario, afirmamos la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo, afirmamos su Divinidad. Si se destruye el Santo Sacrificio de la Misa, se destruye la Realeza de Nuestro Señor y su Divinidad. Por esta razón la adoración del Santísimo Sacramento ha desaparecido tanto en nuestros días, multiplicándose hasta el infinito los sacrilegios. Hay que decir que desde el Concilio, nadie podrá negarlo, se ha arrinconado el Santísimo Sacramento llevándolo fuera de nuestros altares, ya no se le adora ni se hace genuflexión ante su Presencia Real. Y sin embargo aquí está el Reino de Nuestro Señor Jesucristo: reconocer que es Dios, que es Nuestro Rey, manifestando nuestro amor por El y reconociendo la existencia de su Divinidad. Basta con el ejemplo que voy a dar a continuación para probar el rechazo de este Reinado de Sagrado Corazón. Durante el Congreso Eucarístico de Filadelfia, en Estados Unidos, no hubo procesión con el Santísimo, como tampoco la hubo en el Congreso Eucarístico de Melbourne, al que asistí. Sencillamente porque se ha querido hacer de estos Congresos un congreso ecuménico. Congreso ecuménico con protestantes, con judíos, con gente que no creen en la Divinidad de Jesús, que no quieren honrar a Nuestro Señor, que rechazan su Reino. ¿Cómo podemos rezar con gente que está contra nuestra Fe, que no la admiten? La condición que ponían era que no hubiese procesión del Santísimo, lo que equivale a no querer honrar a Aquel que es Nuestro Rey, Nuestro Padre, Nuestro Creador, Nuestro Redentor. El que ha derramado toda su Sangre por nosotros. Más se claudicó para que los protestantes y los judíos pudiesen participar en el Congreso, y no hubo procesión con el Santísimo Sacramento. Incluso se llegó a hacer una concelebración con pastores protestantes, y fue un pastor protestante el que presidió esta concelebración.
No
se honra a Nuestro Señor, ya no es Nuestro Rey; haciendo cosas así
le insultamos. Por eso si un día los ejércitos comunistas
invaden nuestros países, pues bien, nos lo hemos ganado, por tantos
sacrilegios que hemos admitido, que hemos dejado hacer por no haber
adorado y honrado debidamente a Nuestro Señor Jesucristo. No
admitimos ya a Nuestro Señor Jesucristo como Rey, muy bien,
tendremos como Rey al demonio. El demonio vendrá y
entonces todos esos podrán hablar de libertad, los que han querido
esta libertad que no es otra cosa que desentenderse de los
Mandamientos de Dios y de la Iglesia. Han querido desentenderse de
Nuestro Señor Jesucristo y por eso será el príncipe infernal el
que vendrá a enseñarnos lo que es la libertad...
- Así que nosotros, que tenemos la gracia de conocer todo esto, la gracia de creer en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, en su realeza, tenemos el deber de manifestarlo, de proclamarlo en nuestras familias, dondequiera que estemos, acudir allí donde hay grupos de cristianos que siguen creyendo en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y en su realeza, cristianos que conservan en su corazón este amor que la Santísima Virgen tuvo siempre hacia su Hijo Jesús. Todos los que poseen este amor deben permanecer unidos y perseverar firmes, sin dudas ni titubeos, pues ellos son la Iglesia y no los que se esfuerzan por destruir el Reino de Nuestro Señor. Ha llegado la hora de hablar claro, tal como lo hizo y dijo el Cardenal Suenens, no lo dije yo sino fue él quien lo afirmó: el Concilio ha sido para la Iglesia lo que fue y significó la Revolución Francesa de 1789.
- Yo lo creo firmemente: el Vaticano II ha sido la Revolución Francesa de 1789 en la Iglesia. El Cardenal Suenens se alegraba al decirlo pero nosotros nos condolemos en extremo, porque la Revolución de 1789 en la Iglesia significa el reinado de la "diosa-razón" adorada por los partidarios de la Revolución en el siglo XVIII, los cuales llevaron al patíbulo a todos los religiosos y religiosas, destruyeron nuestras catedrales y profanaron nuestros templos. Mas esta revolución que presenciamos hoy, ¿no es acaso peor que la del siglo XVIII en Francia?
Si
hacemos balance de lo que ha ocurrido después del Concilio en
nuestras iglesias, hogares, colegios, universidades, Seminarios o
Congregaciones religiosas, el resultado es peor que el de 1789. En
1789 al menos los religiosos y religiosas subían al patíbulo y
daban su sangre por Jesucristo, como nosotros también me parece que
estamos prestos a dar la sangre por Nuestro Señor Jesucristo.
Mas
hoy es una vergüenza ver a tanto sacerdote que deja de lado su
ministerio. Todos los meses hay solicitudes de sacerdotes que piden
ser secularizados y poder casarse. Y bastan tres semanas para que el
permiso sea dado y puedan casarse. ¿No es esto peor que la
Revolución de 1789? ¿No sería mucho mejor que estos sacerdotes
subiesen al cadalso, afirmando su Fe en Nuestro Señor Jesucristo,
en lugar de renegar de ella? Lo que ha ocurrido tras la clausura del
Concilio ha sido peor que lo que ocurrió durante la Revolución?
Vale más tener enemigos directos que declaren la guerra a la
Iglesia y a Nuestro Señor que no partidarios -aparentes- de nuestra
Fe que deberían honrar a Nuestro Señor y adorarlo, manifestando su
adhesión a El, pero que en vez de esto lo que hacen es conducirnos
por el camino de los sacrilegios y del abandono a Nuestro Señor,
ultrajando su Nombre, lo cual no podemos aceptarlo. Por esto
afirmamos que nosotros sí pertenecemos a la Iglesia
Católica. No somos nosotros los que incurrimos en cisma. Lo
único que queremos es el Reino de Nuestro Señor. Nuestros Pastores
deberían proclamar por todas partes: "Proclamamos que Nuestro
Señor Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre, al que
tenemos por único Rey", y en ese momento les seguiremos. Pero
que nadie se atreva a quitar la Cruz de nuestros altares, la Cruz de
nuestros templos. En esto seremos firmes y mantendremos siempre esta
decisión.
- Por todo esto me llaman desobediente y cismático. Pero no soy en absoluto desobediente ni cismático; yo obedezco a la Iglesia y a Nuestro Señor Jesucristo. Me dicen que desobedezco al Papa, y sí, será cierto si el Papa se llega a identificar con la Revolución que se ha incoado en el Concilio y ha continuado tras él. Esta Revolución conciliar es idéntica a la de 1789 y yo no quiero obedecer a esta Revolución operada en la Iglesia, yo no quiero obedecer ni inclinarme ante la "diosa-razón". Es lo que ellos quisieran, que cerrásemos nuestro Seminario para ir a adorar a la "diosa-razón" y en consecuencia al hombre.
¡Esto
nunca! Jamás aceptaremos esto. Queremos obedecer y estar
bajo el yugo de Nuestro Señor Jesucristo que es Dios. Obedeceremos
a la Jerarquía en la medida que sus miembros estén sometidos a la
Fe. No tienen ningún derecho de hacer almoneda de nuestra Fe. La Fe
no es patrimonio suyo, no es el patrimonio del Papa, pertenece a la
Iglesia, nos viene de Dios Padre, de Nuestro Señor Jesucristo, y el
Papa y los Obispos lo único que tienen que hacer es
transmitírnosla. Si así lo hacen nos pondremos de rodillas y
obedeceremos inmediatamente. Si lo que hacen es destruirla no les
obedeceremos. No queremos ni podemos destruir nuestra Fe, la
llevamos metida en nuestro corazón y la llevaremos hasta nuestra
muerte. Es lo único que tenemos que decir y proclamar. No, no somos
desobedientes, obedecemos a Nuestro Señor Jesucristo. Es lo que
siempre pidió la Iglesia a sus hijos.
Nos
dicen que juzgamos al Papa y a los Obispos, y sin embargo no
somos nosotros los que les juzgamos, sino la Fe, la Tradición y
nuestro Catecismo de siempre. Un niño de cinco años puede
muy bien responder a su Obispo, si éste le dice que lo que se
enseña en la Iglesia sobre la Santísima Trinidad no es verdad, que
el Catecismo dice que sí, que hay Tres Personas distintas y un solo
Dios verdadero y que por lo tanto es su Catecismo el que dice la
verdad y no él, aunque sea Obispo. Este niño tiene razón, porque
la Tradición y la Fe están con él, Y nosotros hacemos esto y no
otra cosa, por eso decimos que la Tradición les condena, condena lo
que se está haciendo actualmente. Nosotros tenemos en nuestro haber
dos mil años de Iglesia y no doce años de renovación conciliar,
doce años de una "iglesia conciliar" según la expresión
de Monseñor Benelli cuando nos ha pedido que nos sometamos a la
"iglesia conciliar". No conozco la "iglesia
conciliar", solamente conozco a la Iglesia Católica.Tenemos
que ser firmes en nuestras convicciones. A causa de la Fe
tenemos que aceptar todos los ultrajes, desprecios, excomuniones,
castigos y persecuciones. Tal vez incluso de parte de las
autoridades civiles. ¿Y por qué? Porque los que atacan y
destruyen la Iglesia actualmente hacen la obra de la
Masonería. Y la Masonería manda en todo el mundo. Por lo
tanto si se dan cuenta que somos un grupo que ponemos en peligro sus
proyectos, entonces los gobiernos de las Naciones también nos
perseguirán. Tendremos que vivir en las catacumbas,
escondidos, pero nuestra Fe no desfallecerá. No
claudicaremos. Nos perseguirán, pero a muchos otros también los
persiguieron a causa de la Fe. No somos los primeros. Pero tendremos
la alegría de rendir el honor y la gloria a Nuestro Señor,
permaneciendo fieles, sin abandonos ni traiciones.
Esto
es lo que debemos hacer. Permanezcamos firmes. Pidamos a
Nuestra Señora que al igual que Ella solamente guardemos un amor en
nuestro corazón, un solo nombre: Nuestro Señor Jesucristo, Dios y
Hombre verdadero. Él es el Salvador, Sacerdote Eterno y
Rey que está en el Cielo. Nuestro Señor es el único Rey y está
sentado a la derecha del Padre. Él es la única dicha de los
elegidos, de los Ángeles, de su Santa Madre y de San José. Y
nosotros también queremos ser partícipes de esta felicidad y de
esta gloria, de este amor de Nuestro Señor. Nosotros le
conocemos y creemos en El y no queremos saber nada fuera de El.
Sermón
de Mons. Lefebvre el 22 de agosto de 1976.
Publicado
por José
Luis