sábado, 3 de mayo de 2014

HEMOS ELEGIDO GUARDAR LA REVELACIÓN

MIENTRAS LA NUEVA IGLESIA CONCILIAR 
OPTÓ POR LA REVOLUCIÓN

Monseñor Marcel Lefebvre


            La Fraternidad Sacerdotal San Pío X fue fundada hacen ya diecisiete años 1. A los que no conocen bien su historia conviene recordarles las etapas principales, en momentos en que, por circunstancias ya conocidas, tratamos de proseguir y desarrollar lo que la Providencia nos ha marcado.

            Si los acontecimientos parecieran señalar cambios en favor del retorno a la Tradición en el seno de la Iglesia, a todas luces la situación se simplificaría para nosotros. Coincidiríamos con la Jerarquía y todos los problemas de relación con los obispos y con el Vaticano dejarían de existir.

            Por el momento debemos conservar la autenticidad de la Fraternidad, que fue fundada, indudablemente, en circunstancias muy particulares, pero ello bien podría haber ocurrido en tiempos normales. Su creación, a decir verdad, fue suscitada por la degradación de los seminarios. Ha habido asociaciones semejantes, como la de San Vicente de Paul o la de San Juan Eudes, que se fundaron con idéntico propósito, que es y sigue siendo el de proporcionar buena formación sacerdotal a los futuros clérigos y así permitirles ejercer un ministerio que dé lugar a una renovación en la Iglesia.

            Por tanto la Fraternidad fue fundada, ante todo, para formar sacerdotes y, por ende, para fundar seminarios. Está totalmente en la Tradición de la Iglesia: proseguir pura y simplemente la formación sacerdotal tradicional para la Iglesia.

            No pretendemos otra cosa y nunca nos hemos propuesto innovar sino en el sentido de la Tradición y mediante la restauración de ciertos elementos que faltaban, en parte, en la formación de los seminaristas, particularmente en el plano espiritual. Por eso hemos agregado a los estudios filosóficos y teológicos un año de espiritualidad. Así se completa la formación de los seminaristas para el sacerdocio, colocándolos en una atmósfera verdaderamente espiritual. Esto no constituye en modo alguno una innovación en el sentido del modernismo, sino muy por el contrario, en el de la Tradición de la Iglesia.
            
             Nuestra fundación, por lo tanto, se ha preocupado de ampliar los estudios de formación espiritual seria, mediante un año suplementario que constituye una suerte de noviciado y que lleva a un real conocimiento de lo que es la espiritualidad y a la práctica de la vida interior, de la vida penitencial y contemplativa, a una mística que exige la reforma de sí mismo.

            ¿Por qué la Fraternidad no fue fundada sobre el modelo de una con­gregación religiosa? Porque en la práctica suelen comprobarse las dificul­tades que encuentran los religiosos que ejercen su apostolado en el mundo para mantener la pobreza como se les exige en las congregaciones religiosas, en las que nada se puede poseer ni utilizar sin el permiso del superior. To­do depende del superior. Por lo tanto, resulta preferible no estar ligado por ningún voto que corra el riesgo de ser infringido continuamente. Valía más fundar una asociación comunitaria sin votos, pero bajo promesas.

            La Providencia decidió, por tanto, que nuestra Asociación se estableciera según el modo de asociaciones comunitarias sin votos, y ya se han demostrado sus ventajas. En consecuencia, no hay ningún motivo para no continuar.


La Fraternidad aprobada oficialmente por Roma

            Bajo esa forma, la Fraternidad fue aprobada y establecida por Monseñor Charrière, obispo de Friburgo, en su diócesis bajo esa mismo forma fue aprobada por Roma.

            Esto resulta muy importante e incluso fundamental y no vacilamos en recordárselo a los que no conocen bien la historia de la Fraternidad.

            La aprobación de Roma tiene, pues, capital importancia por su ca­rácter oficial. Este documento está fechado el 18 de febrero de 1971 y lle­va el sello de la Sagrada Congregación para el clero; está firmado por el cardenal Wright y suscripto por su secretario Mons. Palazzini, quien hoy en día es cardenal. Dicho documento oficial, proveniente de una Congre­gación romana, en el que aprueba y elogia la "sabiduría de las normas" establecidas para la Fraternidad, no puede ser considerado sino como un decreto de alabanza que, por consiguiente, autoriza a nuestra Fraternidad a ser considerada como de Derecho Pontificio, que puede, por eso mismo hecho, incardinar2.

            Actas oficiales de la Congregación para Religiosos, que tenía por pre­fecto al cardenal Antoniutti, han confirmado y completado este recono­cimiento oficial puesto que permitieron al padre Snyder y a otro religio­so norteamericano incardinarse directamente en la Fraternidad. Por tanto, se trata de actas oficiales de Roma.

            Así pues, resulta forzoso comprobar a través de esos documentos oficiales que la Congregación para el Clero estimaba de facto que nuestra aso­ciación podía incardinar válida y regularmente.

            Efectivamente, los documentos de la Congregación para el Clero, re­ferentes a la incardinación de los dos religiosos norteamericanos en nues­tra Asociación, tienen más importancia que las cartas firmadas por el cardenal Wright. Por otra parte, es eso lo que respondí cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe me interrogó sobre las incardinaciones. Me dije­ron: "No tenéis derecho a incardinar en vuestra Asociación". "¿No ten­go derecho? En ese caso hay que decirle a la Congregación para el Clero que se equivocó al permitir incardinar en nuestra Asociación".

            Aquel acto del cardenal Wright, si se la analiza en detalle, no sólo es una carta sino un "decreto de alabanza", porque efectivamente elogia los estatutos de la Fraternidad. Un acto del todo oficial. De ninguna forma se trata de una carta privada. De ese modo, durante cinco años tuvimos la aprobación total de la Iglesia diocesana y de Roma. Por lo tanto, está­bamos insertos en la Iglesia.

            Esto resulta fundamental para la acción providencial cumplida por la Fraternidad y nos confirma en nuestra existencia y nuestra acción en gene­ral. Por ser verdaderamente Iglesia, por estar reconocidos oficialmente por Esta, hemos sido perseguidos.


¿Por qué nos persiguen?

            Somos perseguidos únicamente porque conservamos la Tradición y la Tradición litúrgica en particular.

            Si consideramos los hechos en su orden histórico también resulta muy interesante releer la carta que Mons. Mamie me envió el 6 de mayo de 1975, para comprender a fondo las verdaderas razones que movieron al obispo de Ginebra, Lausana y Friburgo a anular ILEGALMENTE los ac­tos de su predecesor, particularmente el decreto de fundación de la Fra­ternidad del 1 de noviembre de 1970. Es todo un testimonio. Mons. Mamie reconoce, porque así lo consigna, que la Fraternidad ha sido objeto de un Decreto de fundación firmado por su predecesor bajo el título de Pia Unio con sede en Friburgo, que "aprueba y confirma los estatutos de la citada Fraternidad".

            No tenía derecho de actuar de esa manera y anular por propia ini­ciativa ese reconocimiento canónico. Ello resulta explícitamente contra­rio al Derecho Canónico (Can. 493).
            Ahora bien, monseñor Mamie mencionaba la liturgia dos veces en su carta, "... os recordaba vuestra negativa en lo concerniente de la celebra­ción de la Santa Misa según el rito establecido por S.S. Paulo VI..." y "En lo que a nos respecta, seguimos pidiendo a los fieles, así como a los sacerdo­tes católicos, la aceptación y aplicación de todas las orientaciones y decisio­nes del Concilio Vaticano II, todas las enseñanzas de Juan XXIII y de Paulo VI, todas las directivas de los Secretariados instituidos por el Concilio in­cluidos en la nueva liturgia".

            He aquí lo que escribía Mons. Mamie en esa época.

            En su carta, dos veces menciona la liturgia. "Porque os oponéis a la liturgia". Ese es, por lo tanto, el motivo principal que nos valió esas medi­das  ilegales   e  incalificables. Es menester que lo recordemos.  La cuestión de la ordenación de los sacerdotes vino después. En realidad, el verdadero motivo por el que hemos sido y somos perseguidos —siempre en forma Ilegal— por Mons. Mamie, por los cardenales de Roma y los obispos  de Francia, es nuestra adhesión a la Santa Misa de siempre. "Porque estáis en contra del Concilio, estáis en contra del Papa. Es inadmisible. Por lo tanto, os suprimimos". El razonamiento era sencillo.

            Entonces exhibieron el Ordo de Mons. Bugnini e inventaron lo que no existía: la obligación de la Nueva Misa que fue impuesta por las oficinas vaticanas y los obispos de Francia. Fue así como, lamentablemente, la Misa de siempre fue desechada por las comunidades como la de la Abadía de Fontgombault, con el pretexto de que había que obedecer a los obispos. Todo ello fue impuesto por la fuerza, por coacción. Se pretendía categóricamente obligarnos a abandonar esa liturgia y cerrar nuestros seminarios.

            Ante semejante imposición, e ilegalidad, que motivaron todos estos  he­chos y, sobre todo, ante semejante espíritu que determinó que se orquestara esa persecución —espíritu modernista, progresista y masónico, creímos que nuestro deber era continuar. No se puede admitir algo que se ha hecho ilegalmente, con mala intención, en contra de la Tradición, en con­tra de la Iglesia y para destruir a ambas.


Siempre nos hemos negado a
colaborar en la destrucción de la Iglesia

            Es algo a lo que siempre nos hemos negado. Desde el día en que adoptamos esa actitud quedó en evidencia que nos colocábamos en contra de aquellos que figuraban como si fueran la Iglesia legal: nosotros nos  poníamos fuera de la ley y ellos la respetaban. Creemos que esa apreciación es inexacta porque son ellos los que, en realidad, se alejan de la ley de la Igle­sia mientras que nosotros, por el contrario, permanecemos en la legalidad y la validez. Al considerar objetivamente que ellos efectúan actos con espíritu destructor de la Iglesia, en la práctica nos hemos visto en la necesidad de actuar de manera que pareciéramos oponernos a la ley de la Iglesia. Re­sulta una situación muy extraña aparecer como colocados en la arbitrarie­dad por el simple hecho de seguir celebrando la Misa de siempre y orde­nando sacerdotes según lo que era legal hasta el Concilio. Sin embargo, eso es lo que me ha valido la suspensión a mí y la prohibición a los sacerdotes que aceptaron ser ordenados.

            La ley fundamental de la Iglesia es la salvación de las almas

            De ahí en adelante, hemos actuado según las leyes fundamentales de la Iglesia para salvar almas, salvar al sacerdocio y continuar la Iglesia.

            Efectivamente, esas son las cosas que se discuten. Nos oponemos a ciertas  leyes particulares porque queremos conservar las fundamentales. Al esgri­mir las leyes particulares en contra nuestra, se destruyen las fundamentales: se actúa en contra del bien de las almas y de los fines de la Iglesia.

            El nuevo Derecho Canónico incluye artículos que contradicen los fines de la Iglesia. Cuando se permite dar la comunión a un protestante3, no puede decirse que ello no contradiga los fines de la Iglesia. Cuando se afirma que hay dos poderes supremos en la Iglesia, no puede decirse que ello no contradiga los fines de la Iglesia. La definición de Iglesia Pueblo de Dios, es contraria al Dogma dado que, al considerar fundamentales to­dos los ministerios, ya no se hace la distinción entre seglares y religiosos. Todo ello está en contra de los fines de la Iglesia. Destruyen los principios fundamentales del Derecho y querrían que nos sometiéramos.

            Para salvar las leyes fundamentales de la Iglesia, nos hemos visto obligados a actuar en contra de las leyes particulares. En todo lo que está equivocado ¿quién tiene razón? Evidentemente, la tienen los que preservan los fines de la Iglesia. Las leyes particulares se han hecho para las fundamentales, vale decir para la gloria de Dios, la salvación de las almas y la continuidad de la Iglesia. Esto está bien claro.

            En todo momento se insiste: monseñor Lefebvre y sus sacerdotes es­tán suspens; no tienen derecho a ejercer su ministerio. Así se invocan le­yes particulares. Pero harían mejor en recordar que están en vías de des­truir la Iglesia, ya no las leyes particulares sino las fundamentales mediante ese nuevo Derecho Canónico que está completamente inspirado por el maligno espíritu modernista que se expresó en el Concilio y después de él.

            Lo que deseamos, por supuesto, es que todo se normalice, que ya no nos veamos en esa situación aparentemente ilegal. Nadie puede achancarnos haber querido cambiar algo en la Iglesia. Siempre necesitamos re­flexionar y ubicarnos en el pensamiento de que somos la Iglesia y de que perpetuamos la Iglesia. Si se nos puede reprochar no haber cumplido cier­tas leyes prácticas, nadie puede decir que la Fraternidad no actúe según los fines de la Iglesia. Nadie puede sostener lo contrario.

            Si queremos sobrevivir y que las bendiciones de Dios sigan descendiendo sobre la Fraternidad, debemos permanecer fieles a las leyes fundamentales de la Iglesia.

Cardenal Ratzinger, luego Benedicto XVI

Sin la Misa todo se derrumba

            Si nuestros sacerdotes llegaran a abandonar la verdadera liturgia, el verdadero Santo Sacrificio de la Misa, los verdaderos sacramentos, entonces ya no valdría la pena continuar. Nos suicidaríamos.

            Cuando Roma expresa: "Al fin y al cabo Uds. bien pueden adoptar la nueva liturgia y mantener sus seminarios; eso no los hará desaparecer" he respondido: "Sí, eso hará desaparecer nuestros seminarios; no podrán aceptar la nueva liturgia, porque ello sería introducir el veneno del espíritu conciliar en la comunidad. Si los otros no se han mantenido, es porque adop­taron la nueva liturgia, todas sus reformas y el espíritu nuevo. Si aceptáramos esas mismas cosas obtendríamos también los mismos resultados".

            Por esa razón, debemos mantener absolutamente nuestra línea tradi­cional, a pesar de la aparente desobediencia y de la persecución por parte de aquellos que abusan de su autoridad de forma injusta y, con frecuencia, ilegal.

            Nos vemos obligados a actuar por circunstancias cada vez más gra­ves. Si al menos pareciera que las cosas mejoraran, si se advirtiera un retor­no a la Tradición, entonces todo sería diferente. Pero, por desgracia, to­do va empeorando. Los obispos que van reemplazando a los que se retiran o se mueren han recibido poca formación teológica; están imbuidos del Concilio, espíritu protestante, modernista y la situación se torna cada vez más grave.


Los errores fundamentales

            Profundamente afectado por la perspectiva de una reunión de representantes de todas las religiones convocados por el Papa en Asís el 27 de oc­tubre de 1986, dirigí una carta a varios cardenales pidiéndoles que suplica­ran al Sumo Pontífice que renunciara a esa verdadera impostura.

            No podrá decirse que no hemos hecho lo posible para que se advir­tiera la gravedad de la situación en la que nos hallamos.

            En una predicación que efectué en Suiza recordé los principales pun­tos de peligro para la Fe, puestos en contradicción por el Papa, los cardena­les y los obispos en general.

            De ahora en adelante hay tres puntos fundamentales y de origen masónico que son profesados públicamente por los modernistas que han ocupado la Iglesia:

                        La sustitución del Decálogo por los Derechos del Hombre.

            De aquí en más ese es el motivo conductor para referirse a la moral: los        Derechos del Hombre han reemplazado a los diez mandamientos. El   articulo principal de los Derechos del Hom­bre es especialmente la  libertad religiosa, fomentada sobre to­do por los francmasones. Hasta ese momento la Religión Católica era la Religión, las otras eran falsas.   Los francmaso­nes ya no pudieron tolerar esa exclusividad. Había que     suprimirle; por lo tanto se decretó la libertad religiosa.

                        El falso ecumenismo establece, de hecho, la igualdad de todas las            religiones, Eso lo pone de manifiesto el Papa en to­da ocasión. El mismo  ha dicho que el ecumenismo es uno de los objetivos principales de su  pontificado. Con ello contra­ría el 1er. artículo del Credo y el primer mandamiento de la Religión Católica, lo cual reviste una gravedad extraordina­ria y excepcional

                        Por último, el tercer punto que ahora es cosa corriente, es la negación del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo mediante la laicización de los Estados. El Papa la ha fomenta­do y ha llegado prácticamente a laicizar las sociedades y, por ende, a suprimir el reinado de Nuestro Señor sobre las na­ciones.

            Si se sintetizan estos tres puntos fundamentales, que en realidad son uno solo, se tiene verdaderamente la negación de la unicidad de la Religión de Nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, de Su reinado. ¿Y eso por qué? ¿A favor de qué? Probablemente en pro de un sentimiento reli­gioso universal, de una especie de sincretismo que pretende reunir a todas las religiones.

            La situación es, pues, de extrema gravedad porque parece a todas luces que la realización del ideal masónico es llevada a cabo por la propia Roma, por el Papa y los cardenales. Los francmasones siempre lo desearon y ahora lo han conseguido, ya no por ellos mismos, sino a través de los hom­bres de Iglesia.

            Basta leer los artículos de algunos francmasones o de sus partidarios para comprobar con qué satisfacción saludan toda esa transformación ra­dical sufrida por la Iglesia a partir del Concilio y que ni siquiera ellos mis­mos se atrevieron a concebir.


La verdad evolucionaría con los tiempos...

            No solamente el Papa está en cuestión. El cardenal Ratzinger que aparece en la prensa como más o menos tradicional, es modernista en realidad, Para convencerse basta leer su libro "Les principes de la theologie catholique" (Principios de teología católica) en el que expresa su pensamiento. Demuestra cierta estima por la teoría de Hegel cuando escribe: "A partir de Hegel ser y tiempo se compenetran cada vez más en el pensamiento fi­losófico. Inclusive el ser responde, de ahora en adelante, a la noción de tiem­po; lo verdadero no existe pura y simplemente y es verdadero por un tiem­po, porque pertenece al devenir de la verdad, la cual existe en cuanto que deviene"4. ¿Qué queréis que hagamos? ¿Cómo discutir con alguien que razona de esa manera?

            Tampoco   resulta   sorprendente   su   reacción   cuando   le  dije:   "Pero, Eminencia,  en resumen, hay contradicción al menos entre la libertad religiosa y el Syllabus". El cardenal me respondió: “Monseñor, ya no estamos en tiempos del Syllabus". Toda discusión se tornó imposible.

            He  aquí lo  que el cardenal Ratzinger escribe en su libro a propósito del texto de la Iglesia en el mundo5 bajo el título "La Iglesia y el inundo con motivo de la cuestión de la recepción del Concilio Vaticano II"6.

            El cardenal desarrolla su pensamiento a lo largo de varias páginas  y puntualiza: "Si se intenta un diagnóstico global del texto podría decirse que es (refiriéndose a los textos sobre la libertad religiosa y sobre las religiones en el mundo) una revisión del Syllabus de Pío IX, una suerte de contra-Syllabus"7.

            Por lo tanto, reconoce que el texto de la Iglesia en el mundo el de la libertad religiosa—8 y el que se refiere a los no-cristianos9 constitu­yen una especie de "contra-Syllabus". Así se lo habíamos dicho, pero ahora él mismo lo escribe explícita y descaradamente.

            El cardenal prosigue: "Se sabe que Harnak ha interpretado al Syllabus como un desafío a su siglo; lo cierto es que ha trazado una línea de sepa­ración frente a las fuerzas determinantes del siglo XIX".

            ¿Cuáles son las fuerzas determinantes del siglo XIX? Por supuesto, se trata de la Revolución Francesa con toda su empresa de destrucción. A esas "fuerzas determinantes" el mismo cardenal las denomina "las concep­ciones científicas y políticas del liberalismo".  Prosigue: "En la controversia modernista, esa doble frontera se ha visto una vez más reforzada y for­tificada".

            "A partir de entonces, no hay duda de que muchas cosas se han modificado. La nueva política eclesiástica de Pío XI había establecido cierta aper­tura con respecto de la concepción del Estado. La exégesis y la historia de la Iglesia, en lucha silenciosa y perseverante, habían adoptado cada vez más los postulados de la ciencia liberal y, por otra parte, el liberalismo, ante los grandes cambios políticos del siglo XX, se había visto obligado a aceptar sensibles enmiendas"10.

            Por esa razón, ante todo en Europa central, la adhesión unilateral —condicionada por la situación— a las actitudes adoptadas por la Iglesia a instancias de Pío IX y Pío X en contra del nuevo período histórico inau­gurado por la Revolución Francesa, había sido modificada en gran medida, via facti, pero aún faltaba un nuevo planteo fundamental de las relaciones con el mundo surgido a partir de 1789"11.

            Dicho planteo fundamental iba a ser obra del Concilio.

            El cardenal prosigue: "En realidad, en los países de gran mayoría católica todavía reinaba ampliamente la óptica anterior a la Revolución: casi nadie discute hoy en día que el Concordato español y el italiano tra­taban de conservar una proporción excesiva de la concepción del mundo que desde hacía tiempo ya no correspondía a los datos de la realidad. Asi­mismo, casi nadie puede negar que aquella adhesión a una concepción ob­soleta de las relaciones entre la Iglesia y el Estado correspondían a anacro­nismos similares a los que se dan en el campo de la educación y de la ac­titud por asumir con respecto al método histórico-crítico moderno."12

            Así expresa el cardenal Ratzinger su verdadera mentalidad y agre­ga: "Solamente una búsqueda minuciosa de las maneras diferentes en que los diversos sectores de la Iglesia han llevado a cabo su aceptación del mun­do moderno, podría desentrañar la complicada trama de las causas que contribuyeron a plasmar la constitución pastoral, y únicamente así podría esclarecerse la dramática historia de su influencia.

            "Limitémonos aquí a expresar que ese texto desempeñó el papel de contra-Syllabus en la medida que representa una tentativa de reconciliar oficialmente a la Iglesia con el mundo surgido después de 1789"13.

            Todo ello se corresponde con todo lo que no hemos cesado de afir­mar. Nos negamos, no queremos ser los herederos de 1789.

            "Por un lado, estos conceptos aclaran de por sí solos el complejo de ghetto del que ya hemos hablado" (¡la Iglesia un ghetto!) "y por otro, nos bastan para comprender ese extraño enfrentamiento de la Iglesia con el mundo; en realidad, se entiende por "mundo" a la mentalidad moderna, frente a la cual la conciencia de grupo de la Iglesia se consideraba como algo separado que después de una guerra por momentos violenta o fría, buscaba el diálogo y la cooperación"14.

            No queda sino convencerse de que el cardenal ha perdido totalmente de vista la idea del Apocalipsis, de la lucha entre la verdad y el error, entre el bien y el mal. De ahora en adelante, se fomenta el diálogo entre la ver dad y el error. No se puede   entender lo insólito de esta vecindad entre la Iglesia y el mundo.

            El cardenal Ratzinger tiene el manejo de la Congregación de la Doctrina de la Fe, otrora el Santo Oficio. ¿Qué puede esperar la Iglesia de un defensor de la Fe con semejante mentalidad?

            El Papa, a su modo tiene la misma mentalidad. Aunque sea polaco, en el fondo la forma de pensar es la misma. Lo animan los mismos principios, tiene la misma formación. Por esa razón ninguno de los dos ha sentído vergüenza ni horror en hacer lo que hacen y que a nosotros nos causa espanto.

La religión, como ya hemos visto en el liberalismo, en el modernismo es un sentimiento interior.

Tenemos el deber de emitir un juicio

            Así pues, desde el día en que, con desprecio de lo legal, fuimos vulnerados por monseñor Mamie, apoyado por Roma, no tomamos en cuenta esa medida de ilegalidad y, en apariencia, desobedecimos. Pero nuestro deber era desobedecer puesto que querían colocarnos dentro del espíritu de 1789, espíritu del liberalismo, el espíritu del contra-Syllabus. Nos negamos a ello, y seguiremos negándonos. Los hombres como el cardenal Villot, imbuidos del liberalismo, esa Roma liberal, son los que nos han condenado. Pero al actuar de esa manera han condenado la Tradición, han condenado la Ver­dad.

            Hemos rechazado la condena porque la consideramos nula e inspirada por el espíritu modernista. Lo que hicimos y seguiremos haciendo no es sino obrar en pro del mantenimiento de la Tradición. Por ello nos hallamos en situación de aparente desobediencia legal, pero hemos seguido or­denando sacerdotes, enviándolos a los fieles para la salvación de sus almas. Esos sacerdotes han ejercido y siguen ejerciendo su ministerio siempre en aparente desobediencia a la letra de la ley. Y así seguiremos haciéndolo, mientras Nuestro Señor lo juzgue necesario.

            No hemos sido nosotros lo que hemos creado la situación actual de la Iglesia, que se agrava cada día más hasta alcanzar proporciones pasmosas. Hace diez años atrás, antes del advenimiento de Juan Pablo II, nadie podría haber imaginado que un Soberano Pontífice efectuaría alguna vez esa cere­monia que se ha visto en Asís. Jamás se hubiera podido concebir semejante idea. Nadie podría haber imaginado que el Papa fuera a la Sinagoga y dijera ese discurso abominable15. Nadie podría ni siquiera haberlo soñado. Tampo­co nadie hubiera podido jamás concebir lo que hizo en la India16. Todo eso hubiera sido algo inimaginable.



Papa Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger


Queremos perpetuar la Iglesia

            Nosotros, que estamos insertos en la Iglesia, que hemos recibido las aprobaciones oficiales de la Iglesia, queremos perpetuar la Iglesia, perpetuar el sacerdocio, salvar las almas.

            Entiéndase bien: no digo que la Fraternidad sea la Iglesia, sino que somos de la Iglesia como lo son los sulpicianos, los lazaristas, los misione­ros extranjeros y tantos otros. Hemos sido reconocidos al igual que ellos y seguiremos siéndolo. No queremos cambiar.

            No hay más que una sola Iglesia, de la cual somos una rama poderosa, llena de savia, absolutamente aprobada por la Iglesia como las otras congregaciones de antaño que hoy en día, por desgracia, en su gran mayoría se en­cuentran en trance de morir.

            Creemos que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X ha sido suscitada por Dios para ser faro y luz en el mundo entero con el fin de salvar el verdadero sacerdocio, el verdadero Sacrificio de la Misa, la Doctrina y la Tradición de la Iglesia y la Verdad, para llevar la salvación a las almas. Vivimos una época que creemos verdaderamente excepcional y apocalíptica, debemos ro­gar a Nuestro Señor, debemos rezar a San Pío X, nuestro patrono, para que nos envíe la gracia que nos fortalezca.

            La Divina Providencia casi me ha obligado a fundar la Fraternidad, a realizar esta obra que, en su desenvolvimiento, parece realmente haber re­cibido Su bendición. Negarlo sería negar la evidencia. Todo el mundo puede comprobarlo.

            Muchos de nuestros sacerdotes tienen ahora más de ocho o diez años de sacerdocio y es apreciable el número de católicos que gravitan a su alre­dedor y se sienten dichosos de contar con ellos. Muchas veces recibo cartas y felicitaciones cuando visito los prioratos: "Ah, Monseñor, vuestros sa­cerdotes! ¡Qué felicidad contar con vuestros sacerdotes! ¡Cuánto bien nos ha­cen! ¡Nos ayudan a nosotros y a nuestras familias a seguir siendo católicos! ¡Cuánto se lo agradecemos!".

            Sería imposible no reconocer la mano de la Providencia cuando comprobamos vocaciones que provienen de todas partes, y ello a pesar de todos los ataques y los intentos subversivos de demolernos. No hay duda de que el demonio hace todo lo posible por dividirnos, por disgregamos. Por desgracia y en cierta medida, lo ha conseguido: son numerosos los que se han alejado de nosotros. He ordenado a trescientos seis sacerdotes en quince años, de los cuales cincuenta y seis pertenecían a comunidades y monasterios ami­gos. Naturalmente, en los primeros años no hubo muchas ordenaciones, Las primeras ordenaciones importantes se iniciaron en 1975. En once años ésa constituye una cifra bastante apreciable, a pesar de todas las presiones contra los seminaristas, inclusive a pesar del desaliento que se ha provocado entre los postulantes y que a algunos les ha hecho torcer su vocación.

            Permanezcamos unidos, valerosos, firmes y perseverantes. Nuestro Señor nos bendecirá sin duda, no debemos temer ni preocuparnos; perseveramos para defender y transmitir nuestra Fe.

            Luis Veuillet decía: "Hay dos potencias que viven y luchan en el mundo: la Revelación y la Revolución"1 7.

            Hemos elegido guardar la Revelación, mientras que la Nueva Iglesia Conciliar optó por la Revolución.

            La razón de nuestros veinte años de lucha radica en esa elección.

            Oremos, pidamos ayuda a la Santísima Virgen, Nuestra Reina, a la cual está consagrada la Fraternidad.



† MARCEL LEFEBVRE Arzobispo

Extractos de 3 conferencias pronunciadas en el retiro sacerdotal en Eône, septiembre 1986. Títulos, subrayados y notas de la redacción.
Prefacio de la nueva edición de "L´illusion libérale".


NOTAS

1 Carta de monseñor Charriére del 6 de junio de 1969 autorizando la creación de un seminario, y del 1o de noviembre de 1970 estableciendo la Fraternidad en la diócesis de Friburgo bajo el título de Pia Unio.
2 Incardinar: Admitir un obispo como súbdito propio a un eclesiástico.
3  Se lee en el Canon 731 del Código de Derecho Canónico (conjunto de leyes de la Iglesia), promulgado, en 1917, por el Papa Benedicto XV:
"Está prohibido administrar los Sacramentos de la Iglesia a los herejes y cismáticos, aunque estén de buena fe en el error y los pidan, a no ser que antes,   abandonados sus errores,  se hayan reconciliado  con la Iglesia".
Esta ley reproduce lo que siempre fue norma de la Iglesia. Es expresión misma de la Tradición Católica.
Al contrario, el nuevo Código de Derecho Canónico, aprobado y puesto a regir por el Papa Juan Pablo II, en 1983, en su Canon 844§3, dice:
"Los ministros católicos administran lícitamente los sacramentos de la penitencia, Eucaristía y unción de los enfermos a los miembros de Iglesias orientales que no están en comunión plena con la Iglesia católica, si los piden espontáneamente y están bien dispuestos; y esta norma vale también respecto a los miembros de otras Iglesias que, a juicio de la Sede Apostó­lica, se encuentran en igual condición que las citadas Iglesias orientales, por lo que se refiere a los sacramentos". (Usamos la traducción de la edición de la BAC, Madrid, 1983).
Este Canon se opone a toda la Tradición Católica. Al autorizar la entrega del Cuer­po sacratísimo de Nuestro Señor Jesucristo a personas que NO pertenecen a la Religión por El establecida, autoriza al sacrilegio. Por supuesto que la disposición citada es total­mente inválida y nadie tiene el derecho de aplicarla. Nadie, ni siquiera el Papa, puede dar permiso para cometer pecado.
"Les principes de la théologie catholique", pág. 14.
Gaudium et Spes.
"Les principes de la théologie catholique", pág. 426.
7  16 Ibid.
8  Dignitatís Humanae.
9  Nostra Aetate.
10  "Les principes de la théologie catholique", pág. 426.
11  Ibid, pág. 247.
12  Ibid, pág. 427.
13  Ibid.
14  Ibid.
15   Cf.   "Escalada  de  ecumenismo",  editorial ROMA AETERNA  ni 95, y Juan Pablo II en la sinagoga", en la misma revista.

16  Cf. el editorial citado en nota anterior.