miércoles, 16 de julio de 2014

EL BUEN Y EL MAL PASTOR

San Juan, Cap. X, v. 11-13
De la Catena Áurea de Santo Tomás de Aquino

Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Mas el asalariado y que no es el pastor, del que no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata y esparce las ovejas. Y el asalariado huye, porque es asalariado y porque no tiene parte en las ovejas”.  (vs. 11-13.).

El Buen Pastor .  Mausoleo Gala Placidia. 

(San Agustín.) El Señor nos des­cubre dos cosas, que nos había pro­puesto en cierto modo encubiertas. Nosotros sabemos desde un principio que Él mismo es la puerta; ahora nos enseña que es pastor, por estas pala­bras: “Yo soy el buen pastor”. Más arriba nos había dicho que el pastor entraba por la puerta: si, pues, Él mismo es la puerta, ¿Cómo entra por sí mismo? Así como Él por sí mismo conoce al Padre y nosotros le conoce­mos por Él, de la misma manera Él entra en el redil por sí mismo y nos­otros entramos allí por Él: nosotros, porque predicamos a Cristo entramos por la puerta; mas Cristo se predica a sí mismo; porque su predicación le muestra a Él mismo, muestra la luz y otras muchas cosas. Si aquellos que presiden la Iglesia, que son sus hijos, son pastores, ¿cómo es que no hay más que un solo pastor sino porque todos aquellos son miembros de un solo pas­tor? Y a la verdad el ser pastor lo concedió a los miembros suyos; pues Pedro es pastor, y los demás apósto­les son pastores, y todos los buenos obispos pastores son; pero la prerro­gativa de ser puerta no la concedió a ninguno de nosotros: la reservó para sí solo. No habría añadido a la palabra pastor la cualidad de bueno, si no hubiera pastores malos: ellos son la­drones y salteadores, o por lo menos mercenarios.

(San Gregorio) Él añade la manera de ser del pastor bueno, para que nosotros lo imitemos. EI buen pastor da su vida por sus ovejas”. Hizo lo que aconsejó; manifestó lo que mandó; dio su vida por sus ovejas, para hacer de su cuerpo y de su sangre un sacramento por nosotros y poder saciar con el alimento de su carne las ovejas que había rescatado. Se nos puso delante el camino del des­precio de la muerte, que debemos se­guir, y la forma divina a que debemos adaptarnos. Lo primero que debemos hacer es repartir generosamente nues­tros bienes entre sus ovejas, y lo úl­timo dar, si necesario fuera, hasta nuestra misma vida por estas ovejas. Pero el que no da sus bienes por las ovejas, ¿cómo ha de dar por ellas su propia alma?

(SAN Agustín.) Mas esto no lo hizo sólo Cristo; y sin embargo, sí aquellos que lo hicieron son sus miembros. El fue el único que hizo estas cosas, por­que Él lo pudo hacer sin ellos, pero ellos no pudieron hacerlo sin Él. (San Agustín.) Sin embargo, todos los pas­tores fueron buenos, no solamente por­que derramaron su sangre, sino por­que la derramaron por las ovejas; pues no la derramaron por orgullo, sino por caridad. Entre los mismos herejes que por sus iniquidades y sus errores sufrieran algunos trabajos, se jactan con el nombre del martirio, cu­briéndose con esta capa para robar más fácilmente, porque son lobos. No de todos aquellos que entregaron sus cuerpos al martirio debe decirse que derramaron su sangre por las ovejas, sino más bien contra las ovejas, pues, dice el Apóstol: "Si entregare mi cuerpo  para ser quemado y no tuviere caridad, nada me aprovecha” (I ad Cor. 13, v. 3). ¿Cómo ha de tener siquiera sea una centella de caridad, aquel que formando parte de la comunión cris­tiana no ama la unidad? Encomendan­do el Señor esta unidad, no quiso nom­brar muchos pastores, sino uno solo, diciendo: “Yo soy el buen Pastor”.

(Crisóstomo.) Hablaba; además, el Señor de su pasión, enseñando que ha­bía venido al mundo por la salvación del hombre y no contra su voluntad. Después vuelve a indicar las señales que distinguen al pastor del mercena­rio: “Mas el asalariado y que no es el pastor, del que no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye”. (San Gregorio.) Hay muchos que con razón no merecen el nombre de pastor, porque prefieren la recompensa terrestre a las ovejas. No puede llamarse pastor, sino mercena­rio, aquel que apacienta las ovejas del Señor por una recompensa pasajera y no por un amor íntimo: es mercena­rio el que ocupa el lugar del pastor, poro no busca el bien de las almas, desea con ansia las comodidades de la tierra, y se alegra con los honores de la prelacía. (San Agustín.) Busca otra cosa en la Iglesia, no busca a Dios: pues si buscase a Dios sería casto, porque el esposo legítimo del alma es Dios. El que busca en Dios otra cosa fuera de Dios, no busca a Dios castamente.

(San Gregorio.) Si es pastor o mercenario, no puede conocerse con verdad si falta ocasión; porque en tiempo de tranquilidad, lo mismo el verdadero pastor que el mercenario están solícitos vigilando su rebaño; pero cuando viene el lobo demuestra cada uno con qué espíritu velaba sobre el rebaño. (San Agustín.) El lobo es el diablo y los que le siguen; porque dicho está que vestidos de piel de ovejas, son dentro lobos rapaces. He aquí que el lobo coge a la oveja por la garganta ; el diablo persuade el adulterio al alma fiel: debe rechazár­sele, pero rechazado, será enemigo, pondrá asechanzas, hará mal cuanto pudiere; te callas, no le increpas; has visto venir al lobo y has huído; per­maneciste con el cuerpo, huiste con el ánimo, porque el alma se mueve por los sentimientos, ensanchándose con la alegría, constriñéndose por la tristeza, marchando por el deseo y huyendo por el temor. (San Gregorio.) El lobo se arroja también sobre las ovejas cuan­do un hombre injusto y ladrón oprime a los fieles y humildes: pero el que parecía pastor y no lo era, abandona las ovejas y huye, no atreviéndose a resistir a la injusticia en el momento en que ve el peligro, y huye, no mu­dando de lugar, sino dejando de acu­dir con el socorro. El mercenario no presta su auxilio en ninguno de estos peligros, y mientras busca sus como­didades exteriores deja que por aban­dono el rebaño sufra pérdidas inte­riores. “Pero el mercenario huye”, etc. Una sola razón hay para que el asa­lariado huya, porque es asalariado; como si dijera: no puede mantenerse firme cuando están en peligro las ove­jas el que gobierna, no por amor a ellas, sino por una ganancia terrenal, y por tanto, tiembla si se expone al peligro de perder lo único que ama.

(San Agustín.) Si los Apóstoles fueron pastores y no mercenarios, ¿cómo es que huían cuando se veían perseguidos? Siguiendo el consejo del Señor: “Si os persiguieren, huid". Llamemos, que no faltará quien abra. (San Agustín.) Huyan, pues, de ciudad en ciudad, todos los siervos de Cristo, los ministros de su palabra y de su sacramento, cuando alguno de ellos en particular es buscado por sus perseguidores, a fin de que la Igle­sia no sea abandonada por los que no son perseguidos del mismo modo. Pero cuando el peligro es común a todos, a obispos, a clérigos y seglares, los que están necesitados del auxilio de otros no sean abandonados por aquellos cu­yos auxilios necesitan, o que todos pa­sen a sitios seguros, o que aquellos que tienen el deber de permanecer, no sean abandonados por los que tienen el sa­grado ministerio de la Iglesia. Enton­ces es cuando los ministros de Cristo, a la vista de la persecución, deben huir de los lugares en donde no han dejado un pueblo que tenga necesidad de un ministerio, o cuando ese mismo ministerio, tan necesario, puede ser desempeñado por otros que no tienen el mismo motivo para huir. Pero cuan­do el pueblo permanece y los ministros huyen, ¿no es ésta una huida inexcusa­ble de pastores mercenarios que no tie­nen cuidado alguno de las ovejas?

(San Agustín.)  Los pastores bue­nos se llaman puerta, portero, pastor y ovejas: y los malos, ladrones y sal­teadores, asalariados, lobo. (San Agus­tín.) Debemos amar al pastor, preca­vernos del ladrón y tolerar al merce­nario. El mercenario, en tanto es útil en cuanto no ve al lobo, al ladrón o al salteador, pues apenas le ve, huye. (San Agustín.) Ni se llamaría mer­cenario si no recibiese la paga de aquel a quien sirve. Los hijos esperan con paciencia la herencia del padre: el mercenario desea con ansia y con pres­teza la retribución temporal de su trabajo. Y sin embargo, unos y otros difunden la divina gloria de Cristo: el daño proviene del mal que hace, no del bien que dice: coged el racimo, huid de las espinas; porque a veces el raci­mo que nace de la vid está pendiente de las espinas. Así, muchos buscando en la Iglesia bienes temporales, pre­dican a Cristo y por ellos es oída la voz de Cristo, y la siguen las ovejas, pero no el mercenario, sino a la voz, del pastor por medio del mercenario.

El mal pastor