domingo, 2 de marzo de 2014

PRIMERO, LA VERDAD

Por Monseñor Richard Williamson

Monseñor Richard Williamson

1º de Marzo de 2014


Deben existir muchas objeciones al argumento presentado en números recientes de estos “Comentarios” según el cual, siendo la Verdad Divina previa a los maestros humanos, entonces la falibilidad de los Papas no debe preocuparnos tanto porque la Verdadera Fe está detrás, allende y por encima de ellos. Pero he aquí la objeción clásica: la Verdad en sí misma puede estar por encima de ellos, pero para nosotros seres humanos, solamente viene a través de ellos – “La fe viene, pues, del oír” (Rom. X, 17). Así, Nuestro Señor confió a Pedro (es decir a los Papas) la tarea de confirmar en la Fe a sus hermanos (Luc. XXII, 31-32). Entonces para nosotros Católicos los maestros son previos a la Verdad pues no la podemos recibir sin ellos. Más aún, el Espíritu Santo los guía (Jn. XVI, 13), entonces ¿cómo puedo yo, pobre de mí, juzgar si o cuando El no lo está haciendo?

También en la Escritura está la respuesta. San Pablo escribe a un rebaño que él ha instruido en la Fe: “Pero, aún cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema”. Y el punto es tan importante que San Pablo en seguida lo repite: “Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema” (Gál. I, 8-9).

Pero, un Gálata habría podido objetar, ¿Por qué debemos creer en el Evangelio de tu primera visita a Galacia y no en uno eventualmente diferente predicado en una segunda visita? San Pablo inmediatamente da una razón primera: “Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es de hombre. Pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gál. I, 11-12). Y San Pablo confirma esto narrando cuan mínimo contacto tuvo con aquellos que podían haberle enseñado -- los otros Apóstoles -- antes que él comenzara a predicar (I, 15-19), un hecho obviamente verificable por los Gálatas. Además les jura a los Gálatas que él no está mintiendo (I, 20). La razón segunda la da un poco después, la cual son los milagros y las obras del Espíritu Santo (II I, 2-5) que los Gálatas ellos mismos habían atestiguado como resultado directo de la predicación de Pablo en su primera visita.

Así, San Pablo prueba que Dios a la vez le enseñó a él, y confirmó para los Gálatas, el Evangelio de aquella primera visita, y que la contradicción entre este Evangelio y cualquier otro, los Gálatas no solamente podían sino también debían discernirla por sí mismos si es que deseaban salvar sus almas. Y no importa (I, 8) si el predicador del evangelio diferente era un ángel o Pablo mismo -- ¡o un Papa! -- los Gálatas aún tenían el absoluto deber de quedarse con el primer Evangelio de Pablo. La Verdad que fue presentada ante sus ojos (III, 1), los Gálatas la habían reconocido y aceptado (III,3), tanto como uno reconoce que 2 + 2 = 4, así que tenía prioridad sobre cualquier maestro eventualmente contradiciéndola, sea cual fuera la autoridad para enseñar que tal maestro aparente tendría (I, 9).

Así, Monseñor Lefebvre decía que por los 19 siglos entre San Pablo y el Vaticano II, la Iglesia había predicado exactamente el mismo Evangelio, proveniente de Dios y constantemente confirmado por El. Ese Evangelio es, tal como Dios lo reveló, la Revelación; tal como ha sido transmitido por los hombres de Iglesia, la Tradición; tal como ha sido enseñado con autoridad por la Iglesia, su Magisterio Ordinario y Extraordinario. Entre ese Evangelio y el Vaticano II la contradicción es obvia, entonces nosotros debemos aceptar y creer en la Tradición, si es que deseamos salvar nuestras almas, sea lo que fuere lo que las aparentes autoridades de la Iglesia puedan decir de contrario. Por eso, Dios nos ayude. ¿Cómo puede entonces la propia Fraternidad de Monseñor Lefebvre, la Fraternidad San Pío X, estar oficialmente buscando someterse a las autoridades del Vaticano II?

Kyrie eleison.

Gálatas I, 8-9 es un texto clásico para probar la prioridad de la Verdad sobre la autoridad, es decir de la Tradición católica sobre la Roma de hoy en día.