San Pedro Julián Eymard |
El gran peligro de los Institutos nacientes está en no tener fe en la
gracia primera. Vienen algunos que dicen: Si se modificara esto, si se añadiera
aquello..., más valdría si se obrara de este otro modo... Puede ser que los
tales tengan talento, experiencia e influencia, pero yo os digo que, voluntariamente
o no, son traidores de la primera gracia, de la gracia de la fundación, de las
ideas del Fundador, y que perderán al Instituto que los escuche.
Nunca faltan quienes se creen llamados a reformar al Fundador y a
hacer mejor que él, pero sólo al que ha escogido para fundar bendice Dios, y
nunca a sus contrarios. Harto conocido es el ejemplo de Fr. Elías y de san
Francisco. Fray Elías quería cambiar, atenuar, glosar; mas por orden de Dios le
contestaba el santo: "Sin glosa, sin glosa, sin glosa." Fray Elías
acabó separándose; fuese a Alemania, donde acabó sus días en la mayor de las
miserias, sosteniendo al antipapa en el partido del emperador cismático.
No, Dios no bendecirá nunca a quien sale de la primera gracia, la cual
puede desenvolverse, sacando a luz con el tiempo cuanto dentro contiene, según
lo exijan las circunstancias, pero jamás cambiar o introducir cosas que le sean
contrarias. Dios no hará prosperar más que la gracia primera: nunca dará otra
distinta.
Por lo que si alguno se
hubiese alejado, tiene que volver a ella pura y sencillamente: Prima opera fac, haced lo que
antes, volved a la pureza de la gracia primera, que si no os voy a dispersar: Sin
autem venio tibí et movebo candelabrum tuum de loco suo (1). Así que no introduzcáis nunca en vuestra
regla elementos nuevos o extraños, antes decid lo que aquel santo fundador:
"O siguen siendo como son, o desaparecen del todo." Este peligro es
realmente grande; andad con cuidado.
4. ° Finalmente, observad la regla y
guardadla religiosamente por respeto hacia Dios, ya que de Él procede. ¿Creéis
acaso que el hombre es capaz de componer una regla? No, no hay santidad ni
virtudes que para esto basten, sino que es menester vocación especial de Dios.
Dios la inspira y el fundador la transmite con lágrimas y sufrimientos. No hay
hombre que pueda poner luz y santidad en trazos de su mano. Si la regla lleva
consigo la gracia y santifica, su autor no puede ser otro que Dios, único que
puede dar gracia y virtud para santificarse.
La regla es para vosotros lo que el evangelio para
la Iglesia, esto es, el libro de la vida, el libro de la palabra de Dios, lleno
de su verdad, de su luz, de su gracia y de su vida. ¿Y tan osados habíais
de ser que tocarais una sola sílaba de este evangelio, o dejarais caer una sola
palabra? No, sino que todas sus palabras han de ser sagradas para vosotros.
Escuchad las amenazas que san Juan
escribió
al fin de su Apocalipsis; bien podéis aplicarlas al libro de las santas reglas:
"Yo protesto a todos los que oyen las palabras de la profecía de este
libro: Que si alguno añadiere a ellas cualquiera cosa, Dios descargará sobre él
las plagas escritas en este libro. Y si alguno quitare cualquiera cosa de las
palabras del libro de esta profecía, Dios le quitará a él del libro de la vida,
y de la ciudad santa, y no le dará parte en lo escrito en este libro" (2).
(i) Apoc. II, 5
(2) Apoc, XXII, 18 y 19.
“Obras eucarísticas”, La
regla. Santidad del religioso, págs. 916-917.
San Pedro Julián Eymard.