miércoles, 15 de enero de 2014

ENSAYO DE SÍNTESIS DE LOS ERRORES EN CURSO EN EL INTERIOR DE LA IGLESIA DESDE EL CONCILIO VATICANO II

En esta tercera entrega del libro "El golpe maestro de Satanás" 
de Monseñor Marcel Lefebvre
Vemos el desarrollo, luego de doce años 
de la finalización del Concilio Vaticano II,
y las consecuencias devastadoras del mismo en sus aplicaciones,
como también a algunos de sus principales ejecutores.


Juan XXIII y Paulo VI los Papas del Concilio Vaticano II

III

            Después de los doce años de periodo pos-conciliar, es más fácil realizar un ensayo de síntesis de los graves errores que ya en el Concilio y desde el Concilio infestan a la Iglesia y condicionan la actitud de aquéllos que tienen las más grandes responsabilidades en la Iglesia, a tal punto que para buen número de ellos uno puede legítimamente preguntarse si tienen todavía la fe católica y, en consecuencia, si tienen todavía su jurisdicción.

Me parece que se puede, razonable y objetivamente, pensar que los autores de esta mutación aparecida en la Iglesia con el Concilio Vaticano II han buscado con vigor este cambio teniendo como objetivo un nuevo humanismo, como lo querían ya los pelagianos, como lo hicieron los autores del Renacimiento.

Esas personas, ya antes del Concilio, cardenales Montini, Bea, Prings, Liénart, etc., estimaron que se debía buscar una vía nueva para universalizar a la Iglesia, para hacerla aceptable al mundo moderno tal como es con sus falsas filosofías, sus falsas religiones, sus falsos principios políticos y sociales.

Prefirieron dejar en la sombra la vía de la Fe, demasiado intolerante para el error y el vicio, demasiado ventajosa para la Iglesia Católica Romana y, en consecuencia, demasiado exigente, que obliga a un combate y a una vigilancia continuos al ubicar a la Iglesia y al "mundo" en un estado de perpetua hostilidad.

Esa vía nueva no podía ser sino un renacimiento de un humanismo acogedor para todo lo que es o aparece humanamente bueno y aceptable en el error y el vicio. En esta óptica, podría realizarse una unión universal de todas las culturas y las ideologías bajo - la égida de la Iglesia.

Se imagina inmediatamente lo que representa como alejamiento de la Fe tal designio: hay que desdibujar el pecado original, abandonar la idea de que únicamente la Iglesia Católica es la Verdad y la posee, que Ella es la única vía de salvación; que ningún acto es meritorio sin la unión con Nuestro Señor.

La Verdad no será más el criterio de la Unidad sino un "fondo común de sentimiento religioso", de pacifismo, de libertad, de reconocimiento de los derechos del hombre...

No se sabría insistir demasiado para mostrar cómo este nuevo humanismo no es sino el término de aquél del Renacimiento; después de varios siglos de naturalismo y, especialmente desde el siglo XVIII, los filósofos subjetivistas y ateos, al rechazar el pecado original y en consecuencia la necesidad de la Redención y de la Encarnación, negaron la Divinidad de Nuestro Señor, juntándose a muchas sectas protestantes.


El  liberalismo  católico  o  sedicente  católico ha obrado a modo de "caballo de Troya" para  hacer penetrar  esos  falsos  principios en el interior de la Iglesia.  Quisieron "desposar a la Iglesia con la Revolución".  Esos esfuerzos se abrieron camino ayudados por las sociedades secretas y los gobiernos laicos y democráticos;  los miembros más eminentes de la Iglesia fueron contaminados: teólogos, obispos, cardenales, seminarios, universidades han sido atraídos poco a poco por esas ideas universalistas, opuestas fundamentalmente a la fe católica.

Para la realización de este universalismo, es preciso suprimir lo que es específico de la Fe católica, que se opone necesariamente a ese "fondo común" que permite la unión universal.

El medio preconizado es "el ecumenismo".

El ecumenismo permitirá a todos los grupos humanos importantes, representativos de una religión o ideología, entrar en contacto con la Iglesia y manifestar a la Iglesia las condiciones que estiman deben exigir de la Iglesia para una unión universal.

Los mayores obstáculos son aquéllos que afirman y expresan la Verdad de la Iglesia, su unidad, la absoluta necesidad de la uni­dad en la Fe católica; que la Iglesia es la única vía de salvación; que posee el único Sacerdocio de Cristo; que proclama la nece­saria Realeza social de Nuestro Señor Jesu­cristo.

En consecuencia:

—hay que modificar la Liturgia;

—hay que modificar el Sacerdocio y la Jerarquía;

—hay que modificar la enseñanza del catecismo, la concepción de la Fe católica; de ahí el cambio del magisterio en las universidades, seminarios, escuelas, etc.;

—hay que modificar la Biblia y constituir una Biblia "ecuménica";

—hay que suprimir los Estados católicos y aceptar el "derecho común";

—hay que atenuar el rigor moral reemplazando la ley moral por la conciencia.

El principio que ayudará a reducir los obstáculos será el de la filosofía subjetiva, porque la filosofía del ser, la filosofía escolástica, obliga a la inteligencia a someterse a una realidad exterior, a Dios, a sus leyes, como la fe católica exige la adhesión de la inteligencia a las verdades reveladas, al Credo, al Decálogo, a las instituciones divinas.

La filosofía subjetiva deja la Verdad y la moral a la creatividad y a la iniciativa personal de cada individuo. Nadie puede ser obligado a adherir a la Verdad y a seguir la ley.

Esta concepción de la Verdad y de la ley moral vuelve las realidades relativas a las personas, a las sociedades, a las épocas. Ella está en la base de los Derechos del hombre.

Se puede advertir esta concepción en los documentos oficiales de la Iglesia y de los Episcopados.

La concepción de esta Fe subjetiva, conforme a la doctrina modernista, se encuentra en la mayoría de los nuevos catecismos, en los documentos de catequesis, en la nueva eclesiología: Iglesia viviente sumisa al Espíritu que la adapta a las condiciones modernas. El Pentecostalismo es una manifestación de ella.

Taizé comparte esta manera de concebir la religión.

El Espíritu se manifiesta en cada individuo de una manera diferente.

Las reformas que han sido impuestas a la Iglesia desde el Concilio se han realizado con este nuevo espíritu: la investigación, la crea­tividad, el pluralismo, la diversidad; espíritu que se opone radicalmente a la verdadera concepción de la Verdad y de la Fe, de tal modo, que únicamente esta concepción será combatida y considerada como inadmisible.

Porque es evidente que la Verdad es intolerante con el error, que la virtud no tolera al vicio, que la ley no tolera la licencia. Es preciso hacer una elección.

Hay que juzgar de esta manera todas las reformas cumplidas en nombre del Concilio y a justo título en nombre del Concilio, porque el Concilio ha abierto horizontes hasta entonces prohibidos por la Iglesia:

—admisión de los principios de un falso humanismo;

—libertad de cultura, de religión, de conciencia;

—respeto, cuando no es admisión del error, al mismo título que la verdad.

La suspensión de las excomuniones concernientes al error y la inmoralidad públicos es un estímulo cuyas consecuencias son incalculables.

Sería necesario estudiar cada reforma en particular para descubrir la aplicación de esos falsos principios en lo concreto.

Una de las más graves y más características es el cambio de actitud de la Santa Sede frente a la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo. La modificación de los textos litúrgicos de la fiesta de Cristo Rey es significativa. El aliento a la laicidad de la Sociedad civil es una consecuencia inmediata de ello.


Ecône, 20 de junio de 1977