Comenzamos hoy a publicar un pequeño libro de Monseñor
Marcel Lefebvre,
“El golpe maestro de Satanás”
El cual es, en realidad, una serie de charlas, sermones, y
escritos varios
en donde notamos la
caridad y la prudencia con que se manejó Monseñor
en sus primeros tratos con Roma.
Escritos entre los años 1975 y 1977, denuncian ya la gravedad de los dichos y
hechos realizados por las más altas jerarquías de Roma,
a partir del Concilio Vaticano II,
los cuales fueron minando y destruyendo
la Doctrina
milenaria de la Iglesia Católica
hasta llegar al punto en donde nos hallamos hoy:
Una nueva religión que insiste en seguir llamándose Católica
Pero que reúne en sí
todas las herejías ya condenadas
por todos los Papas anteriores.
En este combate por la fidelidad a la Tradición y al
depósito de la Fe
Monseñor Lefebvre irá reafirmando su posición inicial
al
chocar con el endurecimiento y la obcecación
de los que ocupan Roma.
Portada del libro publicado en 1981 Por Editorial ICTION |
I
Sabemos por el Génesis y mejor aún por Nuestro Señor mismo que Satanás
es el padre de la mentira. En el versículo 44, capítulo 8 del Evangelio de
San Juan, Nuestro Señor apostrofa a los judíos diciéndoles:
"El diablo es vuestro padre y vosotros
queréis cumplir sus deseos. Desde siempre él es homicida y permanece fuera de
la Verdad, puesto que no hay verdad en él, su palabra es mentirosa porque miente
por naturaleza, ya que es mentiroso y padre de la mentira..."
Satanás es homicida en las persecuciones sangrientas, padre de la
mentira en las herejías, en todas las falsas filosofías y en las palabras
equívocas que están en la base de las revoluciones, de las guerras mundiales,
de las guerras civiles.
No cesa de atacar a Nuestro Señor
en su cuerpo místico: la Iglesia. En el curso de la Historia ha
empleado todos los medios, de los cuales uno de los últimos
y más terribles ha sido la apostasía oficial de las sociedades civiles. El
laicismo de los Estados ha sido y es siempre un escándalo inmenso para las
almas de los ciudadanos. Y es por ese subterfugio que ha logrado
laicizar poco a poco y hacer perder la fe a numerosos miembros de la Iglesia, a
tal punto que esos falsos principios de separación de la Iglesia y el Estado,
de la libertad de las religiones, del ateísmo político, de la autoridad que
toma su origen de los individuos, han terminado por invadir los seminarios, los
presbiterios, los obispados y hasta el Concilio Vaticano II.
Para hacer eso, Satanás ha inventado palabras
claves que han permitido que los errores modernos y modernistas penetraran en
el Concilio: la libertad se ha introducido mediante la Libertad
religiosa o Libertad de las religiones; la igualdad, mediante la
Colegia-lidad, que introduce los principios del igualitarismo democrático en
la Iglesia y, finalmente, la fraternidad mediante el Ecume-nismo que
abraza todas las herejías y errores y tiende la mano a todos los enemigos de
la Iglesia. El golpe maestro de Satanás será, por consiguiente, difundir los
principios revolucionarios introducidos en la Iglesia por la autoridad de la
misma Iglesia,, poniendo a esta autoridad en una situación de incoherencia
y de contradicción permanente; mientras que este equívoco no sea disipado, los
desastres se multiplicarán en la Iglesia. Al tomarse equívoca la liturgia, se
torna equívoco el sacerdocio, y habiendo ocurrido lo mismo con el catecismo, la Fe, que no puede
mantenerse sino en la verdad, se disipa. La jerarquía de la Iglesia misma vive
en un equívoco permanente entre la autoridad personal, recibida por el
sacramento del Orden y la Misión de Pedro o del Obispo y los principios
democráticos.
Es preciso reconocer que la jugarreta ha sido
bien hecha y que la mentira de Satanás ha sido utilizada maravillosamente. La
Iglesia va a destruirse a sí misma por vía de la obediencia. La Iglesia va
a convertirse al mundo hereje, judío, pagano, por obediencia, mediante una
Liturgia equívoca, un catecismo ambiguo y lleno de omisiones y de
instituciones nuevas basadas sobre principios democráticos.
Las órdenes, las contraórdenes, las circulares,
las constituciones, las cartas pastorales serán tan bien manipuladas, tan bien
orquestadas, sostenidas por la omnipotencia de los medios de comunicación
social, por lo que queda de los movimientos de Acción Católica, todos
marxistizados, que todos los fieles honrados y los buenos sacerdotes repetirán
con el corazón roto pero consintiendo: ¡Hay que obedecer! ¿A quién, a qué? No
se sabe exactamente: ¿a la Santa Sede, al Concilio, a las Comisiones, a las
Conferencias Episcopales? Uno aquí se pierde como en los libros litúrgicos, en
los ordos diocesanos, en la inextricable maraña de los catecismos, de las
oraciones del tiempo actual, etcétera. Hay que obedecer, con peligro de
volverse protestante, marxista, ateo, budista, indiferente, ¡poco importa! hay
que obedecer a través de las negaciones de los sacerdotes, la inoperancia de
los obispos, salvo para condenar a quienes quieren conservar la Fe, a través
del matrimonio de los consagrados a Dios, de la comunión a los divorciados, de
la intercomunión con los herejes, etc. ¡hay que obedecer! ¡Los seminarios se
vacían y se venden igual que los noviciados, las casas religiosas y las
escuelas; se saquean los tesoros de la Iglesia, los sacerdotes se secularizan
y se profanan en su vestimenta, en su lenguaje, en su alma!... hay que
obedecer. Roma, las Conferencias Episcopales, el Sínodo presbiteral lo
quieren. Es lo que todos los ecos de las Iglesias, de los diarios, de las
revistas repiten: aggiomamento, apertura al mundo. Desgraciado sea él que no consiente. Tiene
derecho a ser pisoteado, calumniado, privado de todo lo que le permitía vivir.
Es un hereje, es un cismático, que merece únicamente la muerte.
Satanás ha logrado verdaderamente un golpe
maestro: logra hacer condenar a quienes conservan la fe católica por
aquéllos mismos que debieran defenderla y propagarla.
Ya es tiempo de encontrar de nuevo el sentido
común de la fe, de reencontrar la verdadera obediencia a la verdadera Iglesia,
oculta bajo esa falsa máscara del equívoco y la mentira. La verdadera Iglesia,
la Santa Sede verdadera, el Sucesor de Pedro, los Obispos en cuanto sometidos
a la Tradición de la Iglesia, no nos piden y no pueden pedirnos que nos
volvamos protestantes, marxistas o comunistas. Ahora bien, se podría creer al
leer ciertos documentos, ciertas constituciones, ciertas circulares, ciertos
catecismos que se nos pide que abandonemos la verdadera Fe en nombre del
Concilio, de Roma, etcétera.
Debemos negarnos a volvernos protestantes, a
perder la Fe y a apostatar como lo hizo la sociedad política después de los
errores difundidos por Satanás en la Revolución de 1789. Nos rehusamos a
apostatar, aunque fuera en nombre del Concilio, de Roma, de las Conferencias
Episcopales.
Permanecemos adheridos, por sobre todo, a
todos los Concilios dogmáticos que han definido a perpetuidad nuestra Fe. Todo
católico digno de este nombre debe rechazar todo relativismo, toda evolución
de su fe en el sentido de que lo que ha sido definido solemnemente por los
Concilios en otros tiempos dejaría de ser válido hoy y podría ser modificado
por otro Concilio, con mayor razón si es tan sólo pastoral.
La confusión, la imprecisión, las modificaciones
de los documentos sobre la Liturgia, la precipitación en la aplicación,
demuestran bien a las claras que no se trata de una reforma inspirada por el
Espíritu Santo. Esta manera de obrar es de tal modo contraria a las costumbres
romanas que obran siempre "cum consilio et sapientia". Es
imposible que el Espíritu Santo haya inspirado la definición de la Misa según
el artículo VII de la Constitución y aún más inaudito que se haya sentido la
necesidad de corregirla enseguida, lo que es una confesión de chapucería en la
más importante realidad de la Iglesia: el Santo Sacrificio de la Misa.
La presencia de los protestantes para la
reforma litúrgica de la Misa, es preciso confesarlo, establece un dilema al
cual parece difícil escapar. Su presencia significaba o que estaban invitados a
reajustar su culto según los dogmas de la Santa Misa o que se les preguntaba
lo que les desagradaba en la Misa Católica para evitar que se dejara presente
una expresión dogmática que ellos no podían admitir. Es evidente que esta
segunda solución es la que fue adoptada, cosa inconcebible y ciertamente no
inspirada por el Espíritu Santo.
Cuando se sabe que esta concepción de la
"Misa normativa" es la del Padre Bugnini y que él la impuso tanto al
Sínodo como a la Comisión de Liturgia, se puede pensar que hay Roma y Roma, la
Roma eterna con su fe, sus dogmas, su concepción del Sacrificio de la Misa y la
Roma temporal influenciada por las ideas del mundo moderno, influencia a la que
no ha escapado el propio Concilio —el cual, a propósito y por la gracia del
Espíritu Santo quiso ser únicamente pastoral.
Santo Tomás se pregunta en la cuestión de la
corrección fraterna si conviene que se la practique a veces con los Superiores.
Con todas las distinciones útiles, el Ángel de la Escuela responde que se la
debe practicar cuando se trata de la Fe.
Ahora bien, ¿quién puede con toda conciencia
decir que hoy en día la Fe de los fieles y de toda la Iglesia no está
amenazada gravemente en la Liturgia, en la enseñanza del catecismo y en las
instituciones de la Iglesia?
Léase y reléase a San Francisco de Sales, San
Roberto Bellarmino, San Pedro Canisio y Bossuet y se hallará con asombro que tenían que
luchar contra los mismos
falsos procedimientos. Pero esta
vez el drama extraordinario
consiste en que estas desfiguraciones de la Tradición nos
vienen de Roma y de las Conferencias Episcopales; si uno quiere por consiguiente
guardar su Fe tenemos que admitir sí que algo anormal pasa en la administración
romana. Debemos, por cierto, sostener
la infalibilidad de la Iglesia y del Sucesor de Pedro, debemos también admitir
la situación trágica en que se encuentra nuestra Fe católica por las
orientaciones y los documentos que nos vienen de la Iglesia; la conclusión
vuelve a lo que decíamos al comienzo: Satanás
reina por el equívoco y la incoherencia, que son sus -medios de combate y que
engañan a los hombres de poca Fe.
Este equívoco debe ser suprimido valientemente
para preparar el día elegido por la Providencia en que será suprimido oficialmente
por el Sucesor de Pedro.
Que no se nos tache de rebeldes u orgullosos,
porque no somos nosotros los que juzgamos, sino es Pedro mismo quien como Sucesor
de Pedro condena lo que él por otro lado fomenta, es la Roma eterna la que
condena a la roma temporal. Nosotros preferimos obedecer a la eterna.
Pensamos con plena conciencia que toda la
legislación emitida desde el Concilio es, por lo menos, dudosa y, en
consecuencia, apelamos al Canon 23 que trata de este caso y nos pide atenernos
a la ley antigua.
Estas palabras parecerán a algunos injuriosas
para la autoridad. Por el contrario, son las únicas que protejen a la autoridad
y la reconocen verdaderamente, porque la autoridad no puede existir sino para
lo Verdadero y lo Bueno y no para el error y el vicio.
El 13 de octubre de 1974, en el aniversario
de las apariciones de Fátima.
Que María se
digne bendecir estas líneas y haga que produzcan frutos de Verdad y Santidad.
Mons. Marcel Lefebvre