lunes, 1 de febrero de 2016

LA MAYOR PERVERSIDAD DEL AUTO-LLAMADO FRANCISCO I

El autollamado Francisco I

La mayor perversidad del auto-llamado “Francisco I” consiste en dirigirse a los “pobres”, a los pequeños, a los poco instruidos en la Religión, a los más ignorantes, a los que - luego de más de cincuenta años de destrucción de la verdadera doctrina católica- andan como ovejas sin pastor. Realmente, como ovejas sin pastor. Una nueva doctrina, no católica, inspirada en la filosofía de los propios enemigos de la Iglesia de Cristo, es difundida y predicada desde el Vaticano mismo, y desde sus más altos puestos jerárquicos, usurpando el nombre de “Católico”.

-“Imposible que no haya escándalos. Pero ¡Ay! de los que escandalizaren a estos pequeños que creen en Mí, más les valiera atarles la cuello una piedra de las que los asnos mueven en los molinos, y arrojarlos al mar” -amonesta, el dulce Jesús, a los que promueven escándalos y hacen pecar a las gentes con ellos. Que incitan a las gentes para ir detrás de los ídolos creados por el mundo moderno, ateo y anti-religioso. No podemos tampoco decir que son los “medios” los únicos responsables de la difusión de los disparates perversos de Francisco. Él habla el lenguaje vulgar de los medios, él quiere la difusión de los medios. Él está de acuerdo con la política y el apoyo de los medios. Ellos –los medios- saben para quién trabajan.  Y, el que trabaja para ellos, Francisco, sabe cómo hacerlo,  “Él usa de la apariencia del Cordero, pero habla como Dragón”.

Antonio Gramsci, el ideólogo comunista italiano observó agudamente, con admiración, la sabia estrategia de la Iglesia por hacer como un reservorio de su doctrina especialmente en el campesinado. La gente sencilla, enraizada en la tierra, y, ese contacto profundo con la tierra es lo que  produce en el hombre esa intuición de su dependencia y de su pequeñez como creatura ante el misterio profundo de la Creación. Esta gente es realmente como la buena tierra de la parábola. Precisamente, para Lenin, uno de los principales enemigos a destruir fue, para él, el campesinado. En cambio, el hombre de la ciudad, vive en un mundo artificial, en un mundo “creado” por el hombre, en un mundo engañosamente suficiente en sí mismo; cerrado a la trascendencia. Un mundo preparado para ser transformado en otra cosa. El hombre de ciudad vive en el mundo inhumano de la fábrica, en el mundo de la máquina, el mundo de los hombres robotizados y, como consecuencia, en un mundo lleno -como no podría ser de otra manera- de resentimientos, era pues  el campo propicio para manejar la revolución.

En cambio, un mundo abierto a la trascendencia de lo divino es un mundo que conforma esa filosofía popular que llamamos “el sentido común”. Gramsci vio en ello un obstáculo muy difícil de vencer. Un enemigo al que había que destruir para asegurar la victoria de una nueva doctrina: la doctrina de la nueva fe; de la nueva religión: la religión del hombre; la religión del anticristo. El verdadero enemigo del marxismo no es un enemigo económico sino cultural. Para lograr el triunfo de la filosofía del ateísmo el ataque se llevará a cabo en el terreno cultural. Hay que conformar en la sociedad una nueva mentalidad. Esta nueva mentalidad, que estará en contra de todo aquello que hasta no hace mucho se conocía como “el orden natural”, contra todo aquello que llamábamos también “el sentido común”. Para cambiar esa mentalidad, todo -en el terreno cultural- debe respirar y difundir este espíritu nuevo, esta filosofía nueva, que, para ser efectiva, además, debe ser  vivida por todas las gentes, debe ser trasladada a su vida cotidiana hasta por los más sencillos e ignorantes (desde el punto de vista intelectual). Esta tarea debe conformarse con el auxilio y colaboración de todos los medios: la educación, las artes, los entretenimientos, la información, los deportes, etc. Nada debe ser ignorado, nada debe ser despreciado como inútil, todo debe ser tomado,  transformado, regido y dirigido por esta nueva mentalidad. Los “intelectuales” deberán formarse en esta mentalidad como los artífices y dirigentes de la sociedad del nuevo hombre, del nuevo orden mundial. Los enemigos de esto son: la Religión, la familia, la Patria, el ejército, la naturaleza, la cultura antigua (entendiendo por ello especialmente a la Cristiandad). El nuevo orden a implantar es la unión entre el Capitalismo y el Marxismo con su propia moral y su hedonismo. Que son, y han sido siempre, solo “enemigos en apariencia”. Ambas ideologías tienen como fundamento la fe en las solas fuerzas humanas y en la independencia y negación de todo orden superior al hombre; el hombre libre “de todo aquello que se llame Dios”. Una sola cosa los une visiblemente: su odio ancestral a Cristo.
Callar en este momento acerca del verdadero destino del hombre y sobre las fuerzas que se están afanando en su destrucción (incluido un falso “poder espiritual”) es una responsabilidad que no podemos ignorar como cristianos. Éste quizás, sea el peor momento en toda la historia de la Iglesia hasta hoy, (aunque tal vez, en el futuro, vendrán tiempos peores).  Por eso la importancia de la palabra y del testimonio. Es algo de lo que Dios Nuestro Señor nos pedirá cuentas. A cada cual según su estado, pero a todos por igual, como hijos suyos que pretendemos ser.

Todavía hay ciegos que se resisten a ver esto, incluyendo entre estos a personas presuntamente advertidas por oficio y vocación, o con una formación al menos suficiente como para para advertirlo. Pero, todo esto ya está anunciado proféticamente por Jesucristo, el Hijo de Dios vivo: “Si no se acortaren aquellos días, aún los escogidos –si fuera posible- podrían ser seducidos (o engañados) pero, por amor a ellos esos días serán acortados”.

Mientras tanto, esos escogidos por Dios, deberán dar el testimonio de la Verdad hasta el fin. Con la gracia de Dios todo es posible, sin ella, nada. Jesucristo Señor Nuestro tenga misericordia de nosotros y nos dé su luz y las fuerzas necesarias para perseverar hasta el fin.

Cuidado con acusar de “celo amargo” a los que sufren por la fe mientras usan, ellos sí, usan de un celo amargo para defender a aquellos que, con apariencias de buenos pastores, quieren hacer entrar, a la fuerza (por obediencia), al redil en el falso aprisco de los falsos pastores.


¡Dios nos libre de ellos!


Alberto M. Borromeo