viernes, 4 de septiembre de 2015

De los muchos lazos de Satanás.

San Agustín de Hipona

CAPITULO 16



Faltó el tentador, y Vos hicisteis que faltase: no hubo lugar ni tiempo, y Vos ordenasteis que no lo hubiese. Hubo tentador, y no faltó lugar ni tiempo, y Vos me tuvisteis para que no consintiese. Vino el tentador lleno de oscuridad, como siempre lo está; y Vos me conformasteis para que yo le despreciase; vino armado y fuerte, y Vos le reprimisteis y a mí me esforzasteis para que no me venciese; vino el tentador transfigurado en ángel de luz, y para que no me engañase, Vos le reprendisteis, y para que yo le conociese me alumbrasteis. Porque este tentador es aquel dragón grande y bermejo, aquella serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, y tiene siete cabezas y diez cuernos; el cual criasteis para que se espaciase en este mar difuso y grande, en el cual hay infinidad de animales grandes y pequeños, que son diversos géneros de demonios, que no tienen otra ocupación de día y de noche sino buscar a quien tragar, si Vos no le libráis.

Este es aquel antiguo dragón que tuvo principio en el paraíso de tus deleites, el que con su cola trajo la tercera parte de las estrellas del cielo y las derribó en la tierra;  el que con su veneno inficiona las aguas de la tierra, para que mueran todos les que bebieren de ellas; el que estima el oro como si fuese lodo, y tiene esperanza que se ha de sorber el río Jordán; y, finalmente, el que ha sido criado para no temer a nadie. ¿Quién nos podrá defender de sus garras? ¿Quién librarnos de su boca, sino Vos, Señor, que habéis quebrantado las cabezas de este grande dragón? Ayudadnos, Señor, extended sobre nosotros vuestras alas para que debajo de ellas nos recojamos, y con vuestro escudo defendednos de los cuernos de este dragón, el cual no tiene otro cuidado ni otro deseo sino de tragar las almas que Vos criasteis.

Por tanto, Señor Dios nuestro, a Vos clamamos, a Vos acudimos; libradnos de un adversario tan continuo, tan pertinaz y porfiado, el cual, cuando dormimos y cuando velamos, cuando comemos y cuando bebemos y cuando hacemos cualquier otra cosa, siempre insta y nos aprieta de día y de noche, con engaños y artes, ahora cubierta, ahora descubiertamente, y siempre nos tira saetas enherboladas para matar nuestras almas.

Y siendo así, es tan grande, Señor, nuestra locura, que viendo siempre estar a este dragón con la boca abierta, aparejado para tragarnos, con todo eso dormimos, jugamos y somos perezosos, como si estuviésemos seguros delante de aquel que en ninguna otra cosa se desvela sino en destruirnos y acabarnos. El enemigo siempre vela para matarnos, y nosotros no queremos despertar de nuestro profundo sueño para guardarnos; él ha armado infinitos lazos para nuestros pies, y en todos nuestros caminos puesto trampas para cogernos; y ¿quién se escapará? En las riquezas ha puesto lazos; en la pobreza lazos; en el comer y beber, lazos; en el deleite, en el dormir y en el velar, en las palabras y en las obras, y en todo cuanto hacemos hay lazos.


Libradnos Vos, Señor, de tanta muchedumbre de lazos y de la palabra áspera, para que por vuestra gracia seamos libres de tantos peligros, y os alabemos, y digamos; Bendito sea el Señor que nos libró de los dientes del dragón; nuestra alma se ha escapado como el pajarillo de la red; el lazo se quebró y nosotros quedamos libres.


De "Meditaciones y soliloquios" de San Agustín
(Soliloquio 16)