CAPITULO 15
Fortísimo y
todopoderoso Dios, cuyos ojos resplandecientes están siempre considerando todas
las sendas de los hijos de Adán desde que nacen hasta que mueren, para dar a
cada uno según su merecido; dadme gracia que yo conozca y confiese delante de
Vos mi pobreza. Porque yo dije que era rico, y que no tenía necesidad de
ninguna cosa, y no entendí que era pobre, ciego, desnudo, mísero y miserable. Creía
que era algo, no siendo nada ; juzgaba que era sabio, y heme hallado ignorante;
pensaba que era prudente, y heme hallado engañado; y al fin he conocido que sin
vuestro don y gracia no podemos hacer nada, y que si Vos, Señor, no guardáis la
ciudad, en balde vela el que la guarda. Vos me habéis enseñado esto para que me
conociese, y me dejasteis para probarme, no para que Vos me conocieseis, sino
para que me conociese yo. Porque creyendo yo que de mí mismo era algo, y
pensando que por mí era suficiente, y no entendiendo que Vos erais el que me teníais
de vuestra mano, la apartasteis un poco de mí y os alejasteis, y luego caí, y
vi y conocí que Vos erais el que me regíais y teníais para que no cayese de
vuestra mano. El caer fue mío, y el levantarme fue vuestro.
Abrísteisme
los ojos, despertásteisme y alumbrásteisme para que viese que toda la vida del
hombre sobre la tierra es una perpetua tentación, y que no se puede gloriar la
carne delante de Vos, ni ser justificado hombre viviente sin Vos; porque todo
lo bueno, sea grande, sea pequeño, todo es don vuestro, y sólo lo malo es
nuestro. Pues ¿de qué se puede gloriar el hombre? ¿Hase de gloriar del mal?
Esta no sería gloria, sino miseria. ¿Hase de gloriar del bien? Pero esto no es
suyo, sino ajeno. Y así, Señor, como todo lo bueno es vuestro, así toda la
gloria se debe a Vos. Porque el hombre que de vuestro bien busca gloria para
sí, y no para Vos, es ladrón y semejante al demonio que quiso burlar vuestra
gloria. Y el que por vuestro don quiere ser loado, y busca en él, no vuestra
gloria, sino la suya, aunque sea alabado de los hombres por vuestro don, de Vos
es vituperado y reprendido; porque con vuestro don buscó su gloria, y no la
vuestra. Y el que fuere alabado de los hombres, siendo vituperado de Vos, no
será defendido de los hombres cuando Vos le juzgareis, ni librado cuando Vos le
condenareis.
¡Ah Señor
mío, que en las entrañas de mi madre me formasteis!, no permitáis que yo caiga
en aquella maldición, que quiera usurpar para mí vuestra gloria. Para Vos sea
siempre la gloria, pues es vuestro todo lo bueno; y para nosotros sea la
confusión, pues todo lo malo es nuestro, si Vos no tenéis misericordia de
nosotros. Porque Vos, Señor, tenéis misericordia de todos, y no aborrecéis
ninguna cosa de las que hicisteis, y repartís con nosotros de vuestros bienes,
y enriquecéis a los pobres con vuestros dones; amáis a los pobres y hacéislos
ricos con vuestras riquezas. Henos aquí, Señor, vuestros hijuelos pobrecitos y
vuestra pequeña manada; abridnos las puertas de vuestra dulzura, y comerán los pobres, y hartarse han, y
alabaros han los que os buscan.
Yo sé, Señor
mío, y enseñado de Vos lo confieso, que solos aquellos que conocen de sí que
son pobres y confiesan su pobreza serán enriquecidos de Vos; y, al contrario,
los que piensan que son ricos, siendo pobres, se hallarán privados de vuestras
riquezas. Y, por tanto, yo, Señor mío, confieso mi pobreza, y os doy a Vos toda
la gloria y alabanza; porque todo lo bueno que yo he hecho es vuestro. Vos me
habéis enseñado que yo no soy sino toda vanidad y sombra de muerte, y un abismo
tenebroso, y una tierra yerma y vacía que no puede fructificar sin vuestra
bendición, ni producir sino confusión, pecado y muerte. Todo lo bueno que jamás
tuve, de Vos lo recibí; todo lo bueno que tengo vuestro es, y de vuestra mano
lo tengo. Si he estado firme, por Vos lo he estado; cuando he caído, por mí he
caído; y siempre estuviera caído y metido en el lodo, si Vos no me hubierais levantado.
Siempre hubiera sido ciego, si Vos no me hubierais alumbrado; y cuando caí,
nunca me hubiera levantado si Vos no me hubierais dado la mano; y después de
levantado, siempre hubiera tornado a caer si Vos no me hubierais sostenido, y
muchas veces hubiera perecido si no me hubierais gobernado.
Y así,
siempre vuestra gracia, Señor, y vuestra misericordia me han prevenido y librado
de todos los males, salvándome de los pasados, levantándome de los presentes,
armándome contra los por venir, cortando los lazos que estaban armados ante mí,
y quitándome las ocasiones y causas de pecar. Que si Vos no hubierais hecho
esto conmigo, yo hubiera cometido todos los pecados del mundo. Porque bien sé,
Señor, que no hay pecado que en algún tiempo haya cometido algún hombre que no
le pueda cometer otro hombre, si el Criador que ha hecho al hombre no le tiene
de su mano. Pero Vos me disteis vuestro favor para que yo no lo hiciese, y me
mandasteis que me guardase de él, y me disteis gracia para que os creyese y os obedeciese;
porque Vos me regíais, me guardabais para Vos, y me dabais luz y favor para que
yo no cometiese adulterio ni otros graves pecados.
Tomado de San Agustín
“Meditaciones
y Soliloquios”
(Soliloquio 15)