“De
todos los Sacramentos, ¿cuál es el más grande y en cierto sentido el más
importante, hacia el que todos se ordenan y en el que todos terminan? – El
Sacramento de la Eucaristía. En efecto, en él se contiene sustancialmente a
Jesucristo mismo, mientras que en todos los demás solo se contiene una virtud
derivada de Él. Igualmente, todos los demás parecen ordenarse, ya sea a realizar este sacramento,
como el orden, ya sea a ser capaz o digno de recibirlo, como el bautismo, la
confirmación, la penitencia y la extremaunción, ya sea, por lo menos, a
significarla, como el matrimonio.”14
Así, pues, ¡ojalá demos al Misterio
de la Cruz todo su valor, todo su lugar en la economía divina de la Redención y
en su aplicación a las almas a lo largo de la historia de la Iglesia!
Hay que reconocer que no siempre se
le da su lugar, incluso en la enseñanza de la Iglesia y en los catecismos, al
sacrificio de la Cruz que se perpetúa en nuestros altares; hay más bien la
tendencia de dejar todo el lugar a la Eucaristía y a no aludir más que de modo
accidental al Sacrificio. El demonio no se engaña cuando lucha encarnizadamente
por hacer desaparecer el Sacrificio, pues sabe que ataca la obra de Nuestro
Señor en su centro vital, y que toda forma de subestimar este sacrificio acarrea
la ruina de todo el catolicismo en todos sus aspectos.
La acción que está llevando a cabo
desde el Vaticano II es reveladora, y obliga a los que quieren seguir siendo
católicos a defender valientemente el sacrificio de la Misa y el sacerdocio tal
como Nuestro Señor lo instituyó.
Tanto para la vida espiritual de los
sacerdotes como para la delos fieles, es esencial ilustrar nuestra fe y nuestra
inteligencia sobre el acto que ha querido la Sabiduría divina y que ha hecho
revivir espiritual y sobrenaturalmente a la humanidad.
Este acto, es la razón de ser de la
Encarnación, la realización de la Redención, el que glorifica a Dios
infinitamente y vuelve a abrir las puertas del cielo a la humanidad pecadora,
es el sacrificio del Calvario.
Llama mucho la atención la
insistencia de Nuestro Señor, a lo largo de toda su vida terrestre, sobre su “hora”. “Desiderio desideravi”, dice Nuestro Señor: Con gran deseo he deseado
esta de mi inmolación. Jesús está
siempre orientado a su Cruz.
El “Misterium Christi” es
ante todo el “Misterium Crucis”. Esa es la razón por la que en los
designios de la infinita Sabiduría de
para la realización de de la Redención de la Dios, de la Recreación y de
la Renovación de la humanidad, la Cruz de Jesús es la solución perfecta, total,
definitiva y eterna, por la que todo se resolverá. El juicio de Dios se emitirá
en relación de cada alma con Jesús crucificado, entonces se prepara para la
vida eterna y participa ya de la gloria de Jesús por la presencia del Espíritu
Santo en ella. Es la vida misma del Cuerpo místico de Jesús.
“Si
alguno no permanece en mí, es arrojado fuera como el sarmiento, y se seca, y lo
recogen y echan al fuego, y arde.” (Jn. 15, 6)
Jesús lo organiza todo para nuestra
justificación y nuestra santificación alrededor de esta fuente de vida que es
su sacrificio del Calvario. Funda la Iglesia, transmite el sacerdocio e
instituye los sacramentos para comunicar a las almas los méritos infinitos del
Calvario. San Pablo no duda en decir:
”Resolví
no saber cosa entre vosotros, sino a Jesucristo, y Jesucristo crucificado.” (1 Cor. 2, 2)
Ahora bien, este sacrificio del
Calvario se convierte en nuestros altares en el sacrificio de la Misa, que al
mismo tiempo que realiza el sacrificio de la Cruz, realiza también el sacramento
de la Eucaristía, que nos hace partícipes de la divina Víctima, Jesús
crucificado.
Por eso la Iglesia, Cuerpo místico
de Nuestro Señor, se organiza alrededor del Sacrificio de la Misa, y vive el
Sacerdocio para edificar este Cuerpo místico, por la predicación que atrae las
almas a purificarse en las aguas del bautismo para hacerse dignas de participar
al sacrificio eucarístico de Jesús, a la manducación de la divina Víctima, y
unirse así cada vez más con la Santísima Trinidad, inaugurando ya en esta
tierra la vida celestial y eterna.
También desde la Cruz la gracia del
matrimonio, recibida en el sacrificio de la Misa, construye la Cristiandad y el
Reino social de Jesús crucificado en la familia y en la sociedad. La
Cristiandad es la sociedad que vive a la sombra de la Cruz, de la iglesia
Parroquial construida en forma de cruz, coronada por la Cruz, albergando en su
interior el altar del Calvario renovado cada día, donde las almas nacen a la
gracia y la cultivan y alimentan por el ministerio de los sacerdotes, que son
otros Cristos.
La
Cristiandad es la aldea, son los pueblos, las ciudades, los países que, a
imitación de Cristo en Cruz, cumplen la ley del amor, bajo la influencia de la
vida cristiana de la gracia. La Cristiandad es el Reino de Jesucristo, y las
autoridades de esta Cristiandad son los “lugartenientes
de Jesucristo” , encargados de hacer aplicar su Ley, de proteger la fe en
Jesucristo y de ayudar por todos sus medios a su desarrollo, en pleno acuerdo
con la Iglesia.
Se puede decir que todos los
beneficios de la Cristiandad vienen de la Cruz de Jesús y de Jesús crucificado;
es una resurrección de la humanidad caída, gracias a la virtud de la sangre de
Jesucristo.
Este programa maravilloso elaborado
por la Sabiduría eterna de Dios no puede realizarse sin el sacerdocio, cuya
gracia particular es perpetuar el único
sacrificio del Calvario, fuente de vida, de redención, de santificación
y de glorificación.
Monseñor Marcel Lefebvre.
Extraído de “Itinerario Espiritual,
según Santo Tomas”.
Págs, 65 a 68. Ed. Voz en el
desierto, México, 2005
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14. Padre Pègues, pág. 429, IIIª, Cuest.
65, art. 3.